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De pie, en el umbral del patio, un ciego se mantenía inmóvil, muerta la cara, mal afeitadas las barbas que le azuleaban las mejillas, lacio y en trova el grasiento pelo, tendiendo un sombrero abollado, donde llovían cuartos y mendrugos en abundancia.

Ciento veinte y cuatro escalones tenía que subir D. Francisco por la escalera de Damas para llegar desde el patio al piso segundo de Palacio, piso que constituye con el tercero una verdadera ciudad, asentada sobre los espléndidos techos de la regia morada.

Por todas partes indicios de abandono y ruina: las ortigas obstruían la especie de plazoleta o patio de la casa; no faltaban vidrios en las vidrieras, por la razón plausible de que tales vidrieras no existían, y aun alguna madera, arrancada de sus goznes, pendía torcida, como un jirón en un traje usado.

El recuerdo más remoto era el de un patio de casa de vecindad, que a él, en su pequeñez, le parecía inmenso, con una luz triste y fatigada que venía de lo alto, enturbiándose al resbalar por las paredes grasientas, al filtrarse por entre las ropas astrosas pendientes de las galerías.

El amplio ventanal tenía las vidrieras abiertas; los huecos sobre el patio interior estaban abiertos igualmente; una brisa continua hacía palpitar las cortinas, balanceando los faroles antiguos, las banderas apolilladas y otros adornos del estudio romántico. Tomaron asiento en torno de una mesita, junto al ventanal, lejos de las luces que iluminaban un extremo de la amplia pieza.

Bajaremos tres, los que parezcamos menos comprometidos. ¿Hay dos que, como yo, no sean ministros ni diputados? Otro joven y un viejo se levantaron. Nosotros bajaremos. Los demás pueden salir todos á la huerta del Príncipe Pío, á la cual se entra por el patio. No hay tiempo que perder. Recoger esas notas, y á la huerta.

Adornaban las paredes con dibujos y figuras de colores brillantes, y en los recodos había muchos nichos con jarras y estatuas. Si la casa estaba en calle de mucha gente, hacían cuartos con puerta a la calle, y los alquilaban para tiendas. Cuando la puerta estaba abierta se podía ver hasta el fondo del jardín. El jardín, el patio y el atrio tenían alrededor en muchas casas una arquería.

Era el momento de mayor animación en la cocina; la tercera hornada salía del horno, y, no obstante, todos, hasta Catalina Lefèvre, suspendieron el trabajo. Algo sucede dijo la labradora en voz baja. Y luego añadió muy conmovida: Desde que se marchó mi hijo, Johan no ha aullado así. En aquel instante se oyeron pasos ligeros que atravesaban el patio.

En el patio estaba Petra, como un centinela, en el mismo sitio en que había recibido al Provisor. ¿Ha venido el señor? preguntó la Regenta. , señora respondió en voz baja la doncella ; está en su despacho. ¿Quiere usted verle? dijo Ana volviéndose al Magistral. Don Fermín contestó: Con mucho gusto... ¡Disimulan, disimulan conmigo! , pensó Petra con rabia.

Todo era contento: allá en la huerta rumores de agua y de árboles que mecía el viento, cánticos locos de pájaros dicharacheros; de las ventanas del patio venían perfumes traídos por el airecillo que hacía sonajas de las hojas de las plantas.