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El patinillo quedó á obscuras. Cuando volvió doña Ana, el duque la dijo: Abrid el postigo, señora. Pero abridle silenciosamente dijo el alcalde. Doña Ana abrió en silencio el postigo. Ahora, alcalde, sacad ese cadáver á la calle.

Poco después volvía con las linternas, y el duque y el alcalde examinaban el patinillo. No queda rastro de sangre dijo el duque ; la lluvia la ha lavado. Pero queda la mancha en la alfombra de la habitación, donde sin culpa mía, y sin poderlo yo evitar, ese hombre fué herido, y los rastros en los lugares por donde ha pasado hasta aquí.

Todas las cabezas se levantaron con curiosidad y las manos, doloridas por el trabajo, se detuvieron. Aquel rebaño humano dejó oir un gruñido, pero á la vista del vigilante que cerraba la puerta, se produjo un silencio medroso. Los tres hombres atravesaron un patinillo contiguo á las células de castigo y vieron á través de la reja un espectáculo conmovedor.

Por lo mismo, es conveniente y justo que os volváis á vuestra casa. ¡A mi casa! ¡á mi casa! ¿Y dónde está mi casa? Habían bajado las escaleras y se encontraban en el patinillo. Doña Ana llegó al postigo y le abrió. Id con Dios, señor Montiño dijo.

Y escabullóse del comedor y subió a saltos la escalera del patinillo y volvió a bajar y a subir con los zapatos del niño y la ropa del niño y la camisa del niño... El cielo estaba obscuro y a intervalos los cohetes estallaban con alegre estampido, trazando en el espacio un reguero de fuego y deshaciéndose en fantástica lluvia de colores.

Más se consigue con el cariño, que con los azotes dijo Agapo acordándose de los sopapos y tundas de su niñez. Pues éste no echará de menos los mimos... Se oyó sonar la escalera del patinillo. Aquí le tenemos murmuró misia Casilda poniéndose muy seria. Quilito entró, con un cigarro en la boca. ¡Hola! ¡tanto bueno por acá!

Domingo, que sin duda por estar muy alta se ha librado de la injuriosa brocha de los embadurnadores. Igual suerte ha tenido la portada del norte de este mismo templo, y lo debe quizás á estar oscurecida en un patinillo del convento.

Venid dijo el duque de Lerma después de haber meditado un tanto. El alcalde siguió al duque. Decid, señora dijo Lerma á doña Ana , ¿dónde está el difunto? Doña Ana se estremeció. Nada temáis dijo el duque ; voy á salvaros. El sargento mayor dijo doña Ana está en un patinillo, junto al postigo que da á la calle de San Bernardino. Guiad, pues, señora; alcalde, venid.

Los que hacen la guardia por el Norte ocupan distintos puestos en el patinillo y en las dos entradas de este por las calles de las Huertas y San Sebastián, y es tan estratégica su colocación, que no puede escaparse ningún feligrés como no entre en la iglesia por el tejado.

Siguieron los tres adelante, atravesaron algunas habitaciones, y al fin doña Ana se detuvo en un patinillo lóbrego. Llovía con abundancia, y empapado por la lluvia, estaba en el centro del patinillo el cadáver del sargento mayor. Doña Ana le señaló con terror. ¿Veníais en busca de ese cadáver? dijo el duque. ; , señor contestó el alcalde.