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Sólo una niña de pocos meses quedó en la carreta-choza jugando con un perro. El domador no ofrecía ese aire, entre petulante y grotesco, tan común a los acróbatas de barracas y gentes de feria; era sombrío, joven, con aspecto de gitano, el pelo negro y rizoso, los ojos verdes, el bigote alargado en las puntas por una especie de patillas pequeñas y la expresión de maldad siniestra y repulsiva.

Y ahora que me acuerdo, ¿qué le decía usté esta mañana á aquel otro señor de patillas, cuando nosotras pasábamos, que nos miraban tanto? ¿Luego me vió usted? Yo veo todo lo quiero. ¡Ah, pícara!; me servirá de gobierno.

El subprefecto que es también hombre agradable, ó que, al menos cree serlo, lo que viene á ser lo mismo para su satisfacción personal, dijo entonces graciosamente, acariciando con una mano gordinflona sus espléndidas patillas, que había en el castillo muchos ojos bastante bellos para explicar tantos misterios; que sospechaba mucho que el intendente fuese un pretendiente, y que además el amor era padre legítimo de la locura é intendente natural de las desgracias... Cambiando de tono repentinamente: Sobre todo, señora agregó, si usted tiene la menor inquietud con respecto á ese individuo, le haré interrogar mañana mismo, por el cabo de la gendarmería.

Cuando le hubo tomado juramento y después de las preguntas de reglamento, el presidente le dijo con el tonillo agrio que le era característico: Ahora va usted a decir lo que sepa, pero mucho cuidado con los embrollos, porque la tengo a usted sobre ojo... El abogado defensor, que era un hombre corpulento con largas patillas blancas, protestó contra esta advertencia.

La imaginación, la loca de la casa, le ponía delante el cuadro aterrador: «Emma saltaba de la cama con su gorro de dormir, pálida, huesuda, echando fuego por los ojos y avanzaba en silencio hacia él, estrujando en la mano temblorosa un recibo que D. Juan Nepomuceno acababa de entregarle, impasible, como siempre, envuelto en la dignidad de sus patillas. ¡Lo sabía todo!

En la otra buhardilla habita solo otro marinero, sesentón, de complexión hercúlea, y un tanto encorvado por los años y las borrascas del mar. Usa un gorro colorado en la cabeza y un vestido casi igual al de su vecino el Tuerto. Tiene las greñas, las patillas y las cejas canas. No de cierto cómo tiene la cara, porque es hombre que la da raras veces, y no he podido vérsela á mi gusto.

Salió de la casa el marqués de Moraima, montando inmediatamente en su caballo. Ahora mismo baja la niña. Las mujeres ya se sabe... tardan mucho en arreglarse. Y decía esto con la gravedad sentenciosa que daba a todas sus palabras, como si fuesen oráculos. Era un viejo alto y huesudo, con grandes patillas blancas, entre las cuales la boca y los ojos conservaban una ingenuidad infantil.

La satisfacción que le inspira el espejo cuando contempla en él la palidez aristocrática de su cara, a la que sirven de marco unas patillas escasas pero bien peinadas, su ancha frente y hasta su cabellera bermeja e indisciplinada, no le permiten sospechar nada malo por la familiaridad de Lacante en su casa, y acaso, tiene razón.

Como una irónica respuesta, el espejo de la chimenea le envió la imagen de su cráneo calvo y de sus patillas canosas, y el notario exclamó con cómico furor encogiéndose de hombros: Pardiez, lo que tiene son veinte años menos. ¡Oh! la juventud, la juventud... Ahogando un gran suspiro, cogió de la taquilla una carta de sello británico y la leyó moviendo la cabeza. ¡Pobre muchacha! exclamó.

Esa noche vi pasar ante mis ojos, en sueños, la figura plácida del ministro del Interior , con sus cuidadas patillas canosas, sus verrugas y lunares, y la eterna sonrisa bondadosa con que acompañaba sus saludos graves, correctos y parsimoniosos.