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Eran el uno muy alto y el otro muy bajo: los dos de espesas patillas grises; poco risueños ambos y nada locuaces.

Era un señor de mediana edad, con patillas que le llegaban hasta la nariz, de continente grave, y que parecía prestar gran atención. El diálogo político entre Solón y González Bravo gustó menos, y en vez de durar quince minutos, no duró más que ocho, casi la mitad de lo calculado. Sin embargo, bebí un vaso de agua azucarada.

Tenía una hermosa cara noble, roja; el pelo blanco, patillas muy cortas y los ojos pequeños y brillantes. Vestía muy limpio; en verano, unos trajes de lienzo azul, que a fuerza de lavarlos estaban siempre desteñidos; y en invierno, una chaqueta de paño negro, fuerte, que debía de estar calafateada como una gabarra. Llevaba una gorra de punto con una borla en medio.

Yo le encuentro antediluviano con su Juana Baud y su Salveneuse, al que me parece estar viendo con su perro, sus patillas teñidas y su pantalón ancho. Creo que estoy oyendo historias de mi abuelo... Apuesto á que nos va á hablar ahora de Valentino y de Markowski. Tragomer se echó á reír.

Y bien sabe Dios que Marenval, con su cara de beatitud, sus mejillas rosadas encuadradas de patillas grises y sus ojos bonachones húmedos de alegría, no tenía el menor aspecto de bandido ni de héroe, sino de un ricacho viajando para divertirse.

Bien sabe Dios que hice voto solemne en mis adentros de no echar allí pie a tierra, como no me desmontaran a tiros. Era el cuñado de Neluco un hombre bastante gordo y no muy alto, moreno y atezado de rostro, con anchas patillas grises, pelo recio y poca frente. No hablaba tanto como su mujer, pero no era menos afectuoso y hospitalario que ella.

Y esto es fatal; es el mismo instinto que nos hace cobrar amor a un objeto que hemos usado durante años, un reloj, una petaca, una cartera, un bastón... El maestro calla. Y de pronto don Víctor ¡oh pasmo! cesa de acariciarse sus patillas, abre la boca y exclama: ¡Yo tenía un bastón!

Forzoso es reconocer que su fisonomía estaba en perfecta consonancia con su apostura y su traje, y que no era fácil el imaginar facciones más elegantes que las de su rostro orlado de negros cabellos y negras patillas que le servían de marco y al que prestaba un carácter altamente distinguido la mate y juvenil palidez que lo cubría.

Otro de los comensales era un señor de patillas blancas, rostro atezado y expresivo, que me dijeron era alcalde de uno de los pueblos de la provincia, no recuerdo cuál: se llamaba Cueto. Otro un jovencito rubio, estudiante de Derecho. Otro, por fin, un catalán de rostro anguloso y escuálido, ojos saltones y bigotes largos y caídos como un chino, a quien llamaban Llagostera.

La vanidad austríaca no hubiera puesto su boca prominente debajo de la nariz borbónica, símbolo de doblez, con más acierto y simetría que como estaba en la cara de Fernando VII. Dos patillas muy negras y pequeñas le adornaban los carrillos, y sus pelos, erizados á un lado y otro, parecían puestos allí para darle la apariencia de un tigre en caso de que su carácter cobarde le permitiera dejar de ser chacal.