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Esperaba que si podía entrar en conversación con Mathys, sabría noticias de su amiga, y quizá esta ocasión le permitiría decirle algunas palabras en su favor. Apresuró el paso hasta que alcanzó al intendente. Cuando estuvo a su lado le dijo en tono cortés, casi acariciador: Buen día, señor Mathys. ¡Qué cielo tan claro! ¡Qué aire tan puro! Parece que uno se sintiera rejuvenecido, ¿verdad?

Yo no gozo con lo que aquí suele gozar la gente; antes bien sus placeres son ocasión de padecer para , porque nada hay que atormente tanto como encontrarse aislado entre la muchedumbre y á mil leguas de sus pensamientos y aspiraciones. Así, que paso la vida encerrado en mi casa, sin ganas de agregarme á ella... leyendo... pensando... soñando.

Al otro lado de una hondonada volvía á subir y se perdía en un bosquecillo, entre cuyos primeros árboles desaparecía en aquel momento la retaguardia de la columna. El jinete pasó junto á ésta sin detenerse y empezó á subir la cuesta en cuya cima estaban el barón y sus servidores, hostigando incesantemente á su caballo con espuela y látigo.

Dios sabe, si existe, que lo has logrado bien. A pesar de la exquisita dulzura de sus palabras, a pesar de sus caricias, me pareció que una larga y acerada aguja había penetrado en mi corazón, y en medio de mi alegría, pasó por un calofrío de espanto. «¡Dios sabe, si existeNo puedo acostumbrarme a esa forma irónica de la duda, habitual en mi padre.

A su paso se llenan de flores los caminos, Se abren todas las ventas, se callan los molinos, Y aunque por todo oro lleve su sola historia, Ante su porte triste soberbio, vagabundo, El sol se para en lo alto de la frente del mundo, Y como una campana de luz repica a gloria.

Narigudo... contestó un pillo rubio, el más fuerte de la compañía, que siempre se colocaba el primero por derecho de conquista. El pañuelo pasó a otro. ¿Na? Narices. Otro. ¿Na? Napoleón. ¡Ay qué mainate! ¿qué es Napoleón? gritó el Sansón del corro acercándose a su afectísimo amigo y poniéndole un codo delante de las narices. Napoleón... ¡ay que rediós! es un duro.

Miren también un nuevo caso que ahora sucede, quizá no visto jamás. ¿No veen aquel moro que callandico y pasito a paso, puesto el dedo en la boca, se llega por las espaldas de Melisendra?

A cada paso me llamaba hijo, hijo mío, y por lo que pude colegir, se pagaba mucho de ser una inteligentísima e inapreciable consejera, sobre todo en negocios de amor.

Los caballeros maestrantes lucían sus uniformes obscuros, los sanjuanistas su cruz roja, y hasta los oficiales de reemplazo y los del batallón de Veteranos se adosaban los arreos militares para acompañar a la señora en la visita a los templos y lucir de paso sobre el pecho las recién frotadas cruces.

Ricardo, mirándola con sonrisa burlona, le dijo: ¿Qué es eso, señorita? ¿Qué es eso? ¿Se avergüenza usted ya de que le besen una mano cuando no hace todavía cuatro meses que la besábamos todos en la mejilla?... No paso por ello... De ningún modo paso por ello...