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Ferpierre tomó el diario, lo abrió en la página en que había encontrado las flores y lo pasó al joven. «El gozo no tiene tanta virtud para hacer olvidar el dolor, como un nuevo dolor. La noche del 12 de agostoRoberto Vérod contemplaba las flores muertas, y releía con los ojos enjutos aquel mortal pensamiento. Ya no podía llorar.

Esta noche me siento más cargada de las piernas, y con la vista muy perdida. ¡Santo Dios, si me quedaré ciega! Yo no qué es esto. Como bien, gracias a Dios, y la vista se me va de día en día, sin que me duelan los ojos. Ya no paso las noches en vela, gracias a ti, que todo lo discurres por , y al despertar, veo las cosas borradas y las piernas se me hacen de algodón.

Duró esta terrible persecución más de tres años; mas nuestro Alberto, asistido siempre de Dios y del ángel de su guarda, que si no estaba á su lado en forma visible, á lo menos lo estaba con la invisible operación en su corazón, jamás se dió por vencido, ni omitió las acostumbradas obras de caridad, ni dió un paso atrás en el modo de vivir que había emprendido.

¿Con quién estás hablando, Amaury? preguntó Magdalena, apareciendo entonces en la puerta, arrebujada en un amplio chal de cachemira y lanzando una rápida mirada a su prima, que dio un paso pretendiendo retirarse. Ya lo estás viendo, Magdalena: hablo con Antoñita, y estaba felicitándola por su elegancia. Tan sinceramente como acababas de felicitarme a mi, de seguro.

, se conocen íntimamente, replicó Ester con semblante sereno, aunque toda llena de la más profunda consternación, han vivido juntos mucho tiempo. Nada más pasó entre el marino y Ester.

No, porque se han muerto; mas queda una ancha piedra sobre la qual se contó el dinero; y si gusta vuestra grandeza mandar que vayan á buscar la piedra, espero que ella dará testimonio de la verdad. Aquí nos quedarémos el hebreo y yo, hasta que llegue la piedra, que enviaré á buscar á costa de mi amo Setoc. Me place, dixo el juez; y paso á despachar otros asuntos.

En todas, no obstante el escaso interés que excita la acción principal, agrada la gracia y agudeza de los papeles cómicos, al paso que las escenas serias no satisfacen generalmente.

El infeliz Carnicero no vio nada de esto, librándose así de una impresión horrorosa; no oyó tampoco el estruendo de las alimañas en el techo, retirándose al través de los tabiques y haciendo saltar bajo su paso débil innumerables pedazos de yeso; no pudo ver cómo cayó de pronto enorme porción de cascote en medio del pasillo, ni cómo algunos de los puntales se movieron y otros se rompieron cediendo al fin al peso de la techumbre podrida; no vio la primera oscilación de esta sobre la sala, ni la inclinación del tabique medianero, ni el vacilar de los de carga, ni la pavorosa lentitud con que las vigas del tejado cayeron sobre las del techo plano, aplastando la bohardilla como un bizcocho; ni oyó los crujidos de las maderas resistiendo todo lo posible el peso, ni el quebrantamiento de algunos tabiques, ni el cuartearse de los yesos, salpicando chinitas menudas que luego fueron piedras; ni vio desprenderse polvo de las alturas, precediendo a una lluvia de cal que luego fue pedrisco de guijarros; ni presenció la desviación de la pared maestra, que empezó haciendo una cortesía a la pared frontera por la calle del Duque de Alba, y luego se rompió por las ventanas y en la parte más frágil.

El animal, con la empuñadura de la espada en el cuello y la punta asomando por el arranque de un brazo, empezó a cojear, agitando su enorme masa con el vaivén de un paso desigual. Esto pareció conmover a todos con generosa indignación. ¡Pobre toro!

Los transeuntes se arremolinaban impidiendo el paso de los carruajes. El grupo de mujeres de la jardinera alcanzó una ruidosa ovación. ¡Viva la sal de la tierra! ¡Vivan las mujeres castizas! ¡Vivan los novios! ¡Vivan los padrinos! El señor Rafael, entusiasmado, arrojaba puñados de almendras y monedas de cinco céntimos á los chicos.