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La casa de Elorza se pobló de caras extrañas. Una muchedumbre, compuesta en su mayoría de gente artesana, invadió la escalera, los pasillos y hasta la habitación de la enferma, con hachas de cera en las manos. El cura, con el monaguillo delante y la sagrada bolsa colgada sobre el pecho, atravesó por el medio y se introdujo en la alcoba. Don Mariano había huido a esconderse.

Tarde de la noche, cuando el café se cerraba, decenas de desgraciados, sin hogar, tomaban posesión de las mesas del largo salón, bajo la vigilancia de los dependientes, que tendían sus colchones sobre las de billar, cuando las otras estaban ocupadas y por dos pesos de los antiguos, encontraban un techo y una tabla para dormir, y por uno, lo primero y el duro suelo de los patios y pasillos.

Con este fin estuve muchas veces en la gran sala de descanso, y atravesé otras tantas los pasillos y las avenidas del anfiteatro y palcos principales. Entre algunos ornatos de un efecto bien comprendido ¡cuántas composturas exageradas y ridículas! ¡Cuántos disfraces! ¡Cuántas máscaras!

Recibiéronle criados y familiares; hízosele esperar a que Su Ilustrísima terminara la misa que cotidianamente rezaba, y entráronle, atravesando pasillos y corredores, en una habitación cuyo aspecto parecía pedir señores de casacón y damas con faldas de medio paso. Cuanto había en ella olía a siglo pasado.

Pero no estaba muy segura de esto, y cuando le vio salir, pensaba que si aquella planta raquítica del cariño se agostaba, debía hacer ella esfuerzos colosales por impedirlo. Poco después, hallándose en el gabinete sentada junto al balcón, por donde entraba el sol, sintió en los pasillos ruidos de voces que al pronto no se podía saber si eran de gozo o de ira.

Mi hijo me cree un gran personaje porque ve que mi nombre figura en los periódicos; sus maestros no me admiran menos y permiten que algunas veces me retrase en el pago de mis obligaciones. Soy para ellos un señor de cierto poder, que trata familiarmente a los ministros y pasea todas las tardes por los pasillos del Congreso.

Lubimoff se vió atendido inmediatamente por dos graves señores de levita y corbata negras, con la cabeza descubierta: dos inspectores del Casino. ¡Desolados, príncipe! Todo lleno; hasta en los pasillos hay gente. Pero como era él, uno de los dos lo acompañó hasta el palco de los ministros de Mónaco.

Al entrar pisó al gato, que escapó mayando, y luego, a causa de la oscuridad de los destartalados pasillos, tropezó con Doña María del Sagrario, que al choque dejó caer de las manos un enormísimo plato de puches. Puso el grito en el cielo la señora, y al ruido alarmose tanto D. Felicísimo, que se aventuró a salir de su nicho preguntando si había entrado en la casa un tropel de cristinos.

Su padre fue mayordomo de un grande de España, quien, por los tiempos en que aún llamaban Pepito a don José, le empleó en una oficina pública para que no anduviera metiendo bulla todo el día en los pasillos del caserón señorial, y aquel rasgo de caritativo egoísmo determinó el porvenir del muchacho.

Tan segura como si le estuviera viendo, y le sintiera correr por los pasillos... ¡Es más salado, más pillín...!, bonito como un ángel, y tan granuja como su papá. ¡Ave María Purísima, qué precocidad! Todavía no ha nacido y ya sabes que es varón, y que es tan granuja como yo. La Delfina no podía tener la risa.