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Cuando nos paseábamos por los jardines de San Martino, tal vez estaba agonizando de hambre, de sufrir martirios, ¡y yo, como una heroína de novela, como una colegiala loca, besándome contigo, haciéndote promesas!... Además, ¡la llegada del telegrama en la misma tarde que ibas á venir , como algo definitivo en mi existencia! ¿No vea una intervención superior, un castigo á mi maldad?

Eso de pasar sobre montañas cubiertas de nieve me entusiasmaba. Paseábamos mi padre y yo, no quién con mayor impaciencia, a lo largo de los andenes, aguardando que formasen el convoy. Y aquí viene la prueba de que mi padre componía versos sin darse cuenta. Mi padre rezongaba entre dientes: «El tren se retrasa ya. ¿Qué demonio ocurrirá?» «Acaban de dar las dos. ¿Qué pasa?

Eres tan joven. Tan joven... Este era su estribillo. ¿No se sufre lo mismo a los diez y seis años como a cualquiera otra edad? Estos ancianos son incomprensibles. Yo, por mi parte, le contestaba meneando la cabeza: ¡No comprendéis, mi cura, no comprendéis! Al día siguiente, mientras nos paseábamos por el jardín, le dije: Señor cura, esta noche he concebido una idea. Veamos la idea, hijita.

Una bella noche de luna paseábamos por las calles, fragantes de primavera. Fantomas exhaló un sollozo romántico: ¡Qué noche tan hermosa para robar! Lo del maillot y el gorro con borla es una invención de la fantasía folletinesca de la policía. Yo no robo en traje de etiqueta y zapato de charol.

Pareciome no tener todo el buen humor que en otros tiempos le había visto; no si me buscó él a mi, o le busqué yo a él; sólo que a pocos minutos paseábamos el salón de bracero, y alimentando el siguiente diálogo: ¿ en el mundo? me dijo.

Escribí a Burdeos diciendo que tardaría en volver algo más de lo que había prometido. Todos los días esperaba a Mary después de que ella concluía su trabajo, y paseábamos juntos, solos o en compañía de Cashilda la de Recalde. Nos sentábamos en el Rompeolas y veíamos cómo el mar se agitaba entre las peñas. Algunos amigos me dijeron que Machín me espiaba.

Cuando nos quedamos solos esa misma noche y nos paseábamos por una senda extraviada del parque, me manifestó claramente sus intenciones, y me impuso la obligación de aceptarlo como esposo, obligándome a que me casara secretamente, sin que mi padre lo supiera. Me amenazaba con poner en conocimiento de la policía el pretendido crimen, si no aceptaba sus condiciones.

El espíritu del héroe de la Mancha continuó Rafael se había apoderado de mi irlandés, a quien llamaré Verde Erín por habérseme olvidado su verdadero nombre. Una tarde nos paseábamos en la plaza del Duque. El cielo se oscureció y estalló de repente una tormenta; yo traté de buscar abrigo, pero él siguió paseando porque tenía gana de experimentar una tormenta española.

»Entonces soñé, y mi ensueño fue tan delicioso, que me desquitó con creces de las terribles vigilias que acababa de pasar... Era una noche del mes de julio, plácida y serena, y a la luz de la luna, Magdalena y yo nos paseábamos en un país extraño, pero que a me era desconocido.