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El 31 de agosto, el señor Le Bris, dichoso como un vencedor, dio un paseo a pie hasta la ciudad. El campo le agradaba, pero no desdeñaba tampoco una vuelta por la explanada donde le divertían las cornamusas de los regimientos escoceses. Además, contemplaba el humo de los vapores, creía aproximarse a París.

La estatua de Apolo que corona la fuente del centro, recibía su postrera caricia; los lejanos palacios del paseo de Recoletos resplandecían en aquel instante como si fuesen de plata. El salón estaba ya lleno de gente. Después de discutir con violencia y de rechazar enérgicamente las proposiciones conciliadoras, Lolita se encerró en un silencio sombrío.

Yo, que después de darle la vuelta a la Serpentine me iba del tirón a Cromwell road... friolera; como diez veces el paseo de hoy... yo que llegaba a mi casa dispuesto a andar otro tanto, ahora me siento fatigado a la mitad de esta condenada calle de Alcalá... ¡Tal vez consista en estos endiablados pisos, en este repecho insoportable!... Esta es la capital de las setecientas colinas. ¡Ah!, ya están regando esos brutos, y tengo que pasarme a la otra acera para que no me atice una ducha este salvaje con su manga de riego.

Lentamente se fue marchando todo el mundo, y la campana cesó de tocar: sólo quedaron allí el estanquero, sentado junto a su cajón, la mujer del aguaducho volcando sobre un plato muy cóncavo el puchero del cocido que acababa de traerla un chico, y la pareja de amarillos que, paseo arriba, paseo abajo, llegaba desde la Cibeles hasta la Casa de la Moneda.

La fuente o el pilar era el término de mi paseo cotidiano, y allí me sentaba yo en un poyo, bajo un eminente y frondoso álamo negro.

Si me fuera posible sentir por ella lo que siento por la otra, ni en la tierra ni en el cielo habría un ser más feliz que yo. Recordó con enternecimiento el primer beso que la dió por sorpresa viniendo de paseo, y el rubor que se apoderó de ella instantáneamente.

En los buenos tiempos de la Castellana observábase un fenómeno que atestigua bien claramente de la exquisita delicadeza de sentimientos que suele existir en nuestra sociedad distinguida. Como no había gente bastante para llenar los dos caminos que ciñen la carretera, acaecía que el paseo se fijaba en uno de ellos.

Ella con otro traje: falda ceniza y abrigo muy oscuro, de paño todo bordado; sombrero gris con gran lazo y velillo; en vez de zapatos, botas. Don Juan, que va resuelto a hablar, se acobarda viendo a la niñera. «No: los criados son enemigos, no quiero comprometerla. Pero cuando viene aquí, cuando no se va de paseo a otra parte... por algo es

Andando los años, y cuando ya Estupiñá iba para viejo y no hacía corretaje ni contrabando, desempeñó en la casa de Santa Cruz un cargo muy delicado. Como era persona de tanta confianza y tan ciegamente adicto a la familia, Barbarita le confiaba a Juanito para que le llevase y le trajera al colegio de Massarnau, o le sacara a paseo los domingos y fiestas.

Su único placer, después del trabajo, era el paseo; pero un paseo de horas, casi un viaje, hasta bien cerrada la noche, apareciendo inesperadamente en cortijos situados a varias leguas de la ciudad.