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Algunas tardes se iban á pasear juntos los dos tacaños, charla que te charla; y si en negocios era Torquemada la sibila, en otra clase de conocimientos no había más sibila que el Sr. de Bailón.

Pero alzándose bruscamente comenzó a pasear con agitación por la estancia mientras decía gesticulando nerviosamente: ¿Y yo qué culpa tengo...? Quisiera, aun a costa de mi sangre, arrancarme de la imaginación estas escenas, pero ellas no quieren huir. Si por algunos momentos se eclipsan es para aparecer nuevamente más vivas, más crueles.

Entonces vamos a pasear: cuando llegue la hora, V. me lleva a casa y mamá se figura que me trajo el criado de las primas... Pero si le estorbo o no le gusta pasear conmigo, dígamelo V... me voy en seguida... Yo le contesté apretándole el brazo y tirándole suavemente por la mano para encajárselo bien en el mío. Teresa continuó hablando con graciosa volubilidad.

Mariana no había parecido por allí; entonces volvió a su domicilio y pasó la noche paseándose en el gabinete de su esposa desde las doce hasta las siete de la mañana, a cuya hora tuvo el gusto de verla entrar pálida y yerta de frío, envuelta en un abrigo de pieles. ¿De dónde venís? le preguntó con voz ahogada. Vengo de pasear mi libertad como vos paseáis la vuestra.

Todos los días lo mismo: amaestrar hombres para que se muevan de este modo o el otro, jugar al dominó o al billar en un café, pasear el uniforme o echar un sueño en el sillón del cuarto de banderas.

Me presenté en la ventana, y noté en una barca, que se estacionaba cerca del puente, á la señorita Margarita, alzando con una mano el ala de su gran sombrero de paja bronceada y levantando los ojos hacia mi obscura torre. Aquí me tiene, señorita respondí con diligencia. Venga á pasear.

Volvió a pasear por su cuarto y a meditar, pero sobre otro tema diferente. ¿Qué le tocaba hacer a él por de pronto? Porque, aun suponiendo que la gran dificultad se resolviera a su gusto, esa labor no era de pocos días, y Ángel había dejado su negocio con Luz pendiente de una decisión que debía comunicarla al otro día, que ya era hoy para él.

Su vida era muy metódica; no se le permitía leer nada, ni él lo intentaba tampoco, y siempre que iba a la calle, doña Lupe le fijaba la hora a que había de volver. Ni una sola vez dejó de entrar a la hora que se le mandaba. Para que tales días se pareciesen más a los de marras, el único gusto del joven era pasear por las calles sin rumbo fijo, a la ventura, observando y pensando.

Se le oía pasear en el vestíbulo. Ha sospechado que estás aquí, dijo Zoraida, pero es de todos modos un atrevimiento. Y dirigiéndose a la sirvienta: Dile que no estamos para nadie, que hay enfermos. Adriana se hincó de rodillas y escondió el semblante entre las ropas de la cama. ¡Ahora lo sabremos todo! dijo Laura con resolución.

Luego en la sociedad siguieron manteniendo relaciones estrechas, principalmente en el Club de los Salvajes, adonde ambos acudían asiduamente. Como ambos ejercían la misma profesión, la de pasear a pie, en coche y a caballo; como ambos frecuentaban las mismas casas y se encontraban todos los días en todas partes, la confianza era ilimitada.