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Recurrió al sistema de las circunlocuciones, pensó después en decirlo á secas y sin ambajes, acordóse de que las alegorías se habían inventado para aquel caso, y probó todos los medios sin lograr con ninguno su objeto. Pasaron dos ó tres días sin que hallara un modo de ser explícito.

Por la memoria excitada del Magistral pasaron todas las estaciones de aquel día de Pasión. Mientras bebía el vaso de agua, y se limpiaba los labios pálidos y estrechos, sentía pasar las emociones de aquel día por su cerebro, como un amargor de purga.

Los relojes estaban locos indudablemente, lo mismo que su cabeza, que parecía dar vueltas, siguiendo el ritmo de una música dulce. Tuvo la sensación de que pasaron varias veces por el mismo lugar, andando y desandando el camino, sin saber lo que hacían. ¿Qué importaba?... Lo interesante era estar juntos. Hubo un momento en que despertaron, viéndose sentados en un banco de la plaza del Casino.

Entre las gentes del pueblo pasaron algunos gauchos amigos de Manos Duras, como si el reciente suceso hubiese extinguido completamente la hostilidad que existía entre ellos y los habitantes de la Presa. A media tarde atravesó la calle central el mismo Manos Duras, mirando con interés hacia la casa.

Con las naves que a Messina últimamente habían arribado, de trescientas pasaron las de la Liga, en las cuales más de ochenta mil hombres iban, entre marineros, soldados y galeotes.

Entonces rebajóse, degradándose ante sus mismos ojos, avergonzóse de lo que era suyo y nacional, para admirar y alabar cuanto era extraño é incomprensible; abatióse su espíritu y se doblegó. Y así pasaron años y pasaron siglos.

Ni hubo vara de mimbre, ni ella entró más en costura que cuando estaba soltera; pero en cambio, Pepe Güeto se reía como un loco, sobre todo con los chistes de su mujer, que le hacían mucha gracia, y con sus risas que tenían para él mucho de agradablemente contagioso. Para doña Luz pasaron entre tanto los meses, sin otra novedad que el cambio alternado y regular de las estaciones.

D. Fadrique volvió al lugar de allí adelante, pero siempre por brevísimo tiempo: una vez cuando salió del Colegio para ir á navegar; otra vez siendo ya alférez de navío. Luego pasaron años y años sin que viese á D. Fadrique ningún bermejino. Se sabía que estaba, ya en el Perú, ya en el Asia, en el extremo Oriente.

Es para tan necesario como el aire. Sin él me asfixio, me muero. Allí donde lo encuentro, armo mi tienda y allí me quedo...». Isabelita y Alfonsín pasaron corriendo.

La vanidad aumentó la turbación en que el bueno de Izquierdo estaba. Presunciones de gloria le pasaron con ráfagas de hoguera por la frente... Entrevió un porvenir brillante... ¡