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No sabía absolutamente nada. El duque se dió á los diablos, y tomó el prudente partido de esperar. Mientras esperaba, la duquesa dió á luz un hijo varón. El duque de Gandía no pudo saber si su heredero, para el cual había escogido con tanto cuidado una hermosa madre, era feo ó hermoso.

Sin embargo, como sucede en la mayor parte de nuestros grandes infortunios, aun ese grave acontecimiento trae aparejado consigo su remedio y su consuelo, con tal de que la víctima trate de sacar el mejor partido de su desgracia.

Pero la hermana no calló. Ella economizaba, privándose de todo para sostener la apariencia de la casa, hasta que las niñas encontrasen «un buen partido»; pero a veces se tropieza con escollos insuperables y no sabe una cómo salir a flote. Pero... ¿duermes, Juan? ¿No me escuchas? Un gruñido dio a entender a doña Manuela que su hermano la oía con los ojos cerrados. Esto bastó para que continuase.

Lo más que yo pude hacer fue dar en ellos mil besos y, lo más delicado que yo pude, del partido partí un poco al pelo que él estaba; y con aquél pasé aquel día, no tan alegre como el pasado.

Para cambiar este estado lamentable de cosas, para cortar los abusos y aplicar un remedio á tantos males, para utilizar, en fin, los cuantiosos bienes con que la naturaleza ha dotado á esta provincia, el general Don José Ballivian, presidente actual de la república, tomó el partido de formar de ella, bajo el nombre de Beni, un departamento separado, reuniéndola con los territorios de Caupolican y de Yuracáres.

Son muchos los que se van para evitar el matrimonio y que, por lo contrario, deberían casarse para romper cadenas. Temía yo ese peligro al cual me sentía demasiado expuesto y he tomado, como usted ve, el buen partido.

Lavalle no sabía, por entonces, que matando el cuerpo no se mata el alma, y que los personajes políticos traen su carácter y su existencia del fondo de las ideas, intereses y fines del partido que representan.

El objeto que allí reunía á los ilustres personajes era tratar de los medios que podían emplearse para impedir las frecuentes conspiraciones de Palacio. Pueden burlarse las cábalas de un partido, de dos; pero contra las del Soberano, símbolo de legalidad, ¿qué fuerza puede tener un Ministerio? Si hay algo más terrible que la anarquía, son las camarillas.

Háblale de Espartero, elogia a la milicia nacional, quema incienso en honor del difunto partido progresista. Por último, aunque te parezca ridículo, enamórala por lo fino.

El nuevo jefe del partido, viendo en él a un compañero seguro que se buscaba por mismo la entrada en el Congreso, le tenía alguna consideración. Era un soldado que no faltaba a la lista.