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Aquella tarde habían tomado el aperitivo con un amigo francés que partía á la mañana siguiente para incorporarse á su regimiento. La muchacha lo había visto algunas veces con él, sin que le mereciese especial atención; pero ahora lo admiró de pronto, como si fuese otro. Había renunciado á volver esta noche á la casa de sus padres: quería ver cómo empieza una guerra.

Juan partía al día siguiente... Bettina le rogó con insistencia viniera a pasar el último día en Longueval, a comer con ellas. Pero Juan se negó, alegando sus ocupaciones la víspera de la partida. Llegó a la noche, como a las diez y media. Había venido a pie, y más de una vez en el camino, pensó volver sobre sus pasos. Si tuviera valor se decía, no la volvería a ver.

¡Oh, , señora, a la misericordia de Dios he acudido ya! exclamó Llot con un hondo suspiro que partía el corazón. En cuanto llegué a este sitio mandé a llamar al capellán de la cárcel, y a sus pies de rodillas he confesado mis pecados. Pues si se ha lavado ya en el tribunal de la penitencia no tenga cuidado. Ya veremos de arreglar eso con D. Jeremías. ¡Oh!

¡Si supiera, señor, si supiera cuán injusto es usted! ¡Se arrojó en sus brazos sin mirar que me partía el corazón! continuó con exaltación creciente , y todo lo que por pasó en ese momento, todo lo que he sentido de desencanto, de humillación, de dolor, de salvajes celos... ¿cómo no lo comprende usted?

Los cambios eran determinados por ciertas corrientes de emigración que hay en la sociedad de los vagos y que no se sabe a qué obedecen. Unas veces el impulso partía de algunos amigos inconstantes, tocados de la manía de la variedad; otras la emigración era motivada por una cuestión muy desagradable con aquel señor de la mesa próxima.

Llevaba mucha delantera, pero tal vez á mata caballo podrían detenerla en Fuerte Sarmiento. Otros ponían en duda el éxito de tal persecución. Sólo quedaba una hora escasa para la llegada del tren, y como éste partía de la próxima estación del Neuquen, nunca llegaba con retraso.

Y las dos jóvenes lloraban desconsoladas, y se comían á besos al pobre hombre. A Montiño se le partía el corazón. ¡Pues señor! exclamó ¡no puedo! ¡yo me acostumbraré! Yo no me voy sino hecha pedazos dijo Luisa. Ni yo saldré si no me llevan atada exclamó Inés.

Partía aquella mañana del mesón un arriero con cargas a la corte; llevaba un jumento, alquilómele, y salíme a aguardarle a la puerta fuera del lugar. Salió y espéteme en el dicho, y empecé mi jornada. Iba entre diciendo: "Allá quedarás, bellaco, deshonra buenos, jinete de gaznates."

Allí había puesto él sus mejores besos: los besos de ternura y gratitud... Pero la suave piel, que parecía hecha de pétalos de camelia, se ensombrecía ante sus ojos. Era verde obscura y manaba sangre... Así la había visto él otra vez... Y se acordó con remordimiento de su puñetazo de Barcelona... Luego se partía con un agujero profundo, de contorno anguloso, igual al de una estrella.

Su creencia era que D. Eugenio había recibido de altas regiones la misión de desunir a los liberales y enzarzarlos en disputas sin fin; pero no podía fácilmente averiguarse si el impulso partía del cuarto de María Cristina o del gabinete ministerial de Zea Bermúdez.