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Se había visto a Pablito y Piscis eternamente juntos, cuando niños. Ya hombres no fué parte a separarlos la diversa posición social que ocupaban. El lugar de reunión de estos jóvenes notables era constantemente la cuadra de don Rosendo.

Y entonces, cuando me puse a reflexionar, vi que el espíritu significaba bien poca cosa en la mayor parte de los hechos, puesto que vos queréis poder pegar varios objetos juntos y la cola ser mala, y en ese caso, ¿qué resulta?

La supuesta no inteligencia de la segunda parte, sólo puede explicarse por dos maneras. Y por ambas, no ya el FAUSTO, sino la obra más clara y más llana vendrá a ser ininteligible. El Quijote, pongamos por caso.

Pasaba gran parte del día fuera de su casa, lejos del silencio huraño de las mujeres, interrumpido muchas veces con lagrimeos, y cuando volvía era con escolta, amparándose en su apoderado y otros amigos. El talabartero fue también un gran auxiliar para Gallardo. Por primera vez miró éste a su cuñado como un hombre simpático, notable por su buen seso, y digno de mejor suerte.

Con un andar forzoso y mecánico se le acercó lentamente. El niño no miraba a parte alguna. Estaba tuerto, estaba herido, estaba triste y despeinado..., con el traje en desorden.... Después de contemplarle un rato en atenta inmovilidad, Carmen se agachó un poco para mirar otra vez su cara en el espejo.

Aquí, señora. Dádmela. No veo... no veo dónde está, señora. La abadesa se levantó y pidió una luz, que fué traída al momento. Entre el fondo iluminado de la parte interior del locutorio y la reja, había quedado de pie, escueta, inmóvil, la negra figura de la abadesa, semejante á un fantasma siniestro. No se la veía el rostro á causa de su posición, que la envolvía por delante en una sombra densa.

El señorito conocía el medio de terminar esta anarquía. Al gobierno tocaba gran parte de culpa. A aquellas horas, habiéndose iniciado la huelga, debía tener en Jerez un batallón, un ejército, si era preciso, y cañones, muchos cañones.

Luego avanzó la diestra audazmente, y á pesar de su deseo de mantenerse silencioso, lanzó un rugido. ¡Ah, pájaro del diablo!... Tenía un dedo atravesado de parte á parte. No era un picotazo; era una puñalada. Un berbiquí ardiente acababa de perforarle la carne y el hueso. Sobreponiéndose al dolor, cerró la mano ensangrentada para aprisionar á su enemigo.

La culpa de los desvíos de Pepita, decía mi padre, es sin duda su orgullo, orgullo en gran parte fundado: ella es naturalmente elegante, distinguida; es un ser superior por la voluntad y por la inteligencia, por más que con modestia lo disimule; ¿cómo, pues, ha de entregar su corazón a los palurdos que la han pretendido hasta ahora?

El peso de los preparativos había caído sobre los hombros del P. Gil, quien, ayudado de las personas de buena voluntad que se prestaron a ello, organizó no sólo la fiesta religiosa, sino también alguna parte de la profana, la iluminación, los fuegos y la ceremonia de la primera piedra. En aquellos últimos días no había tenido tiempo a pensar. Había sido menos desgraciado.