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Pero, y Salvador, ¿no parecía también un extraño, un intruso que había venido a poseer libre y completamente parte de la fortuna del amigo? Había un gran misterio en la última voluntad de don Manuel, y Carmencita martirizaba en vano su inteligencia con aquellas profundas meditaciones.

Justificado á mis ojos por estos testimonios de arrepentimiento, no me parecía sino un hombre naturalmente bueno y sensible, pero arrojado á veces fuera de mismo por una resistencia tenaz y sistemática á todos sus gustos y predilecciones. Creía á mi madre atacada de una especie de enfermedad nerviosa.

La sobrina, por su parte, parecia estar contenta de mis opiniones y gustos en cuanto á las españolas, y al fin quedamos muy amigotes, aunque de cuando en cuando sentia yo que por encima de mi nuca le echaba el tio á la sobrina las miradas mas paternales, pero siempre escrutadoras en el fondo.

Solia estar esta tumba con el cuerpo dentro de la capilla mayor, al lado del Evangelio, y passáronle de alli no ha muchos años porque parecia tener tanto ó mas honrado enterramiento que los reyes: estando su capilla dellos á espaldas del altar mayor, y este enterramiento muy junto á élAñade el citado cronista que no debia este cuerpo estar muy bien guardado, porque se contaba que habian hurtado algunas sortijas que tenia en los dedos.

Hoy es día de San Juan dijo abriendo los postigos, ¿qué presente nos reservará? Durante las primeras horas de la mañana, ocupóse en las tareas de la casa; a golpes de plumero perseguía el polvo, y cada golpe parecía descargarlo sobre la idea, que no la abandonaba.

Había que cambiar de forma de Gobierno cada poco tiempo, y cuando estaba en república, ¡le parecía la monarquía tan seductora...! Al salir de su casa aquella tarde, iba pensando en esto. Su mujer le estaba gustando más, mucho más que aquella situación revolucionaria que había implantado, pisoteando los derechos de dos matrimonios.

La injuria á Sánchez Morueta le mordía el pensamiento: aquel salivazo parecía haber caído sobre su alma. ¡Ay, el intruso!

Quejábase de su quietismo, de aquella pierna sometida a la inmovilidad, con un peso abrumador, como si fuese de plomo. Parecía acobardado por las terribles operaciones sufridas en pleno conocimiento. Su antigua dureza para el dolor había desaparecido, y gemía a la más leve molestia.

De tarde en tarde, en tiempo, el médico subía de Sacramento: preguntaba por la criatura de Magdalena, como llama a Juan, y cuando se marchaba, solía decir: «Magdalena, es usted un portento: Dios la bendiga», y después de esto, no me parecía la vida tan triste y desabrida.

Saludé, y me fuí. ¡Linda criatura! Aun me parece que la veo con aquel vestido azul que parecía un jirón de cielo; esbelta, donairosa, elegante, sencilla, húmedos los rubios cabellos, que, atados con una cinta de seda, caían hacia la espalda sobre una toalla anchísima. ¡Nunca me pareció más bella! Cuando llegué al despacho me encontré con el jurisperito. Salía para ir al Juzgado.