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Y me los arrebataba; los leía en voz baja, sonriente y ruborosa, mientras yo, colocado a su espalda, la iba siguiendo en la lectura. ¡Bonitos! exclamaba. Pero todas estas cosas me gustan más cuando me las dices sin pensarlas. No por qué, pero los versos me parecen siempre ¡graciosas mentiras! Doblaba la hoja, se la guardaba, y me señalaba un asiento: Aquí, cerca de .

Ya que he manifestado a usted lo que han sido y son en general estos pueblos y su gobierno, quiero decir algo en particular de los del departamento de mi cargo, con la satisfacción de que hablo con quien los ha visto y comparado con el resto de los demás pueblos de esta provincia, y que puedo confirmar cuanto dijere, con la autoridad del señor don Pedro Melo de Portugal, Gobernador Intendente y Capitán General de esa provincia del Paraguay, que también los ha visto, cuya narración podrá servir de confirmación de cuanto llevo dicho, y de anticipación para lo que dijere cuando trate de los medios que me parecen oportunos para mejorar el gobierno de estos pueblos, aumento del real erario, y felicidad de estos naturales, a quienes deseo la mayor prosperidad.

Era doña Brígida, la ingeniosa compañera del rebajado Marín, que acechaba el momento oportuno, como el barítono de Un ballo in maschera para dar la puñalada. La víctima allí, era un príncipe; aquí, nada más que alcalde. Las razones que la eminente señora tenía para meditar tal crimen, no serán tan poderosas como las del barítono a los ojos de un hombre; mas de seguro lo parecen a cualquier mujer.

Su hermosura resplandece sobre toda hermosura; los deleites del cielo me parecen inferiores a su cariño; una eternidad de penas creo que no paga la bienaventuranza infinita que vierte sobre en un momento con una de estas miradas, que pasan cual relámpago.

-Pues yo te digo, Sancho amigo -dijo don Quijote-, que es tan verdad que son borricos, o borricas, como yo soy don Quijote y Sancho Panza; a lo menos, a tales me parecen. -Calle, señor -dijo Sancho-, no diga la tal palabra, sino despabile esos ojos, y venga a hacer reverencia a la señora de sus pensamientos, que ya llega cerca.

Yo ya no a qué atenerme sobre ciertas cosas; qué se entiende por bueno ni qué por malo; si el error está en mi modo de ver, o en la manera de conducirse los demás; si soy yo la mala cuando pienso que obro bien, o si son ellos los buenos cuando me parecen una canalla; cuál es lo noble ni cuál es lo vil.

Al lado de esta y otras huellas de ferocidad, hay también documentos, de los que da cuenta el catálogo, en que conviene celebrar ciertas elegancias, primores y hasta ternuras que parecen propias de las más cultas edades.

¡Eso no! -dijo a esta sazón don Quijote-: en esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas, sino atabales, y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías; y esto de sonar campanas en Sansueña sin duda que es un gran disparate.

Eso se ve en muchos niños precoces, que parecen prodigios de sabiduría en sus primeros años, y quedan oscurecidos en cuanto entran en los años mayores.

AUTOR. Mi querido Doctor: yo no qué pensar de lo que acabo de ver y oír; pero, francamente, todos estos pesimismos, ateismos y espiritismos me parecen malsanos y disparatados. SEELENF