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Algunas personas decían que Marner debía haber tenido un «ataque», palabra que parecía explicar cosas de otro modo increíbles; pero el señor Macey, gran argumentador y chantre de la parroquia, sacudía la cabeza con incredulidad, y preguntaba si se había visto nunca a nadie perder sus facultades sin que rodara al suelo.

Parecía compadecerme y justificarme; como si quisiera evitar mi odio; y yo, mientras tanto, trémulo, cohibido, con los ojos humedecidos por las lágrimas, he estado veinte veces tentado de arrojarme a sus rodillas o en sus brazos. 12 de septiembre.

Pero le abrí un resquicio, le di a entender mis intenciones, y el bendito hombre parecía, como vulgarmente se dice, que veía el cielo abierto; de tal modo le brillaban los negros ojos. Quedó envolver a principios de Octubre, y cuando me despedí, le dije: «volveré un día de estos. Vendré, y quizás, o sin quizás, le traerá a usted noticias que le contenten mucho».

A las nueve, al dirigirse al Casino, vio a la puerta de la calle, en un café del Borne, a su amigo Toni Clapés, el contrabandista. Era un hombretón de rostro afeitado y carilleno, con traje de payés. Parecía un cura del campo vestido de labriego para pasar la noche en Palma.

Hay que esperar en un salón; vendrá a buscarte la madrina y otras damas, se te anunciará y al entrar harás tres reverencias... una así... otra así... y por último otra así. La jovencita rubia, puesta en pie y en medio del corro, hacía las genuflexiones con tal unción, delicadeza y primor, que parecía que en su vida había hecho otra cosa.

Le parecía que estaba viéndola, tan arrogantona y tan... y luego con su blandura de entraña... Pero Dios no había querido que las cosas pasaran de allí; y hoy un hijo y mañana otro, le había llevado los tres que había ido teniendo, y por último a ella, que valía un Potosí de oro puro, y con ella, la luz y la alegría de la casona, que fenecería «mañana u el otru» con el pobre don Celso, que ya había estado a punto de morir.

Copa, que desde su cubil parecía no fijarse en nada y era el primero en husmear las reyertas, así que vio el taburete por el aire, tiró del as de bastos oculto bajo el mostrador, y á porrada seca limpió en un santiamén la taberna de parroquianos, cerrando inmediatamente la puerta, según su sana costumbre.

Veía al médico muy preocupado con el tronco y sin pensar en los dolores inefables que ella sentía en lo más suyo, en algo que sería cuerpo, pero que parecía alma, según era íntimo.

Juana me ofreció quedarse á mi lado con una voz tan suplicante, que no pude oponerme. Además era una mujer y me parecía que así no me hacía culpable para contigo.

Estoy ya tan cursado en esta historia En males infortunios y descuentos, Que aquello que tuviera otro por gloria, Tratar del enemigo y sus lamentos, No daba tanto gusto á mi memoria; Y así me parecía los acentos Faltaban por tratar yo de alegría, Por vuelvo