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Llevaba en la mano derecha un palo pinto, y debajo del brazo izquierdo un paraguas azul, muy grande y con remiendos. Habíame dado noticias sumamente lacónicas de mi tío. ¿Cómo anda de salud? le había preguntado yo en cuanto se me puso delante y a mis órdenes. Tan majamenti me había respondido él . Es de güena veta, y hay hombri pa largu.

En la puerta de la casa los tertulios se dividieron: la mayor parte se quedó por las inmediaciones de la plaza, otros siguieron por la calle del Cuadrante. Y en ella se fueron separando todos hasta que quedaron solos el P. Gil, Osuna y su hija, los únicos que vivían en el Campo de los Desmayos. Obdulia maniobró para que el P. Gil la tapase con su paraguas.

Y las correligionarias de don Pompeyo reían a carcajadas, demostrando así lo poco arraigado de sus convicciones. La noche se acercaba; el cementerio estaba lejos, y hubo que apretar el paso. La lluvia empezó a caer perpendicular, pero en gotas mayores, los paraguas retumbaban con estrépito lúgubre y chorreaban por todas sus varillas.

Los transeúntes cruzaban por la acera muy de prisa, armados de paraguas e impermeables, chapalateando sobre el fango, que salpicaba las sayas remangadas de las mujeres, los pantalones recogidos o las altas botas de los hombres.

Salí de Madrid, mi querido Pepe, del modo y manera que sabes; empingorotado en el cupé de la Diligencia de Valladolid, con menos que mediana salud, á las seis de una caliente mañana de Agosto, no muy provisto de metales preciosos, en busca de aire y de agua, dos artículos de primera necesidad que escasean en la Corte de las Españas; con los bolsillos llenos de melocotones y naranjas, que me diste, y en la amable compañía de mi bastón, mi paraguas y mi saco de noche.

Porque ¿que sabía él lo que era Damián?... Un pícaro probablemente, un bribón como todos, puesto que, a juzgar por lo que de mismo sentía él, sólo pueden admitirse dos clases de hombres: los ahorcados y los que merecen serlo. Rióse al cabo de sus locas imaginaciones, y vestido ya del todo, pidió un sombrero, unos guantes, un paraguas... ¿El señor marqués almorzará en casa?... No.

Conozco bien mis autores. Mas eran veinte millones de pesetas, ofrecidos a la luz de una vela de esperma, en la travesía de la Concepción, por un sujeto de sombrero de copa, apoyado en un paraguas. Entonces no dudé. Y con mano firme repiqué la campanilla.

La calle se cubrió de paraguas. El Magistral, que espiaba detrás de las vidrieras de su despacho, vio un fondo negro y pardo; y de repente, como si se alzase sobre un pavés, apareció por encima de todo una caja negra, estrecha y larga, que al salir de la tienda se inclinó hacia adelante y se detuvo como vacilando. Era don Santos que salía por última vez de su casa.

La mujer necesita un apoyo para sostenerla... , vamos, una especie de tutor. Un protector para representarla... Como un paraguas... No digas tonterías, hija mía, hablo en serio. La mujer necesita hijos y familia; es preciso que su sensibilidad se emplee en los seres a quienes ha dado la luz. Esta es la sola dicha de la mujer y su única dignidad. ¿Crees, abuela? articulé pensativa.

Me hallaba en una de estas ocasiones. La verdad es que llovía sin gran aparato, pero de un modo respetable. Los transeúntes pasaban ligeros por delante de , bien guarecidos debajo de sus paraguas. Alguno que no le llevaba, vino a buscar techo a mi lado. Todavía aguardé unos instantes presa de horrible incertidumbre.