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Habiendo nacido con muy particulares disposiciones para las ciencias naturales, debo á los consejos y á las doctas lecciones de un padre, cuyo nombre es digna y honrosamente conocido entre los sabios, el temprano desarrollo de ese instinto poderoso que al estudio de ellas me impulsaba.

¡Señorita, por Dios!... No soy yo quien lo dice, sino todo el mundo... Ayer me decía doña Filomena que la edificaba verla a usted oír la misa y comulgar y que daría cualquier cosa porque sus hijas fuesen lo mismo... Y razón tiene para desearlo, porque una de ellas, la última, es de la piel del diablo... ¿Querrá usted creer, señorita, que el otro día arañó a su hermana en la iglesia, sobre si había de confesar una primero que otra?... ¡Bonito arrepentimiento! ¡Si da vergüenza, señorita, da vergüenza el ver cómo andan algunas por la iglesia! ¡Parece que están en su casa! ¡Ay, no se hacen cargo las pobrecitas de que están en la casa del Señor de los cielos y tierra que les ha de pedir cuenta de su pecado!... ¿No le ha enseñado doña Filomena el rosario que le mandó su hermano de la Habana? ¡Es una maravilla!

El presidente del Consejo de Estado, a quien le gustaba también madrugar, le saludó en el paseo de Recoletos. Hablaron algunos momentos y los aprovechó para recomendarle, con la brusquedad calculada que le caracterizaba, un expediente de ciertas marismas en que estaba interesado.

No sólo deseo conocerlo, sino que los informes desfavorables que siempre he tenido de su carácter y método de vida me parecen una razón más para intentar reformarlo y atraerlo al buen camino. El abad movió la cabeza negativamente. Pronto se echa de ver tu inexperiencia.

Era un lugar seguro y tranquilo, y allí podría hacer algo de provecho para su esposo. Cuando se vio en la santa pieza, de un ambiente denso por la respiración del público que había presenciado la oración de los toreros, Carmen fijó sus ojos en la pobreza del altar. Ardían cuatro luces ante la Virgen de la Paloma, pero a ella le pareció mezquino este tributo.

, señor. ¡Tiene usted un modo de tratar las cosas!... Vaya, y para que usted no pueda tener queja de , le diré a usted una sospecha, no pasa de sospecha, que yo tengo. Usted sabe que Cristeta fue a Santurroriaga hace cerca de tres años.

Trabajaron en los llamados «hierbales» donde se cosecha el mate, del país puesto de moda por los jesuítas en otros tiempos, cuando gobernaban la República teocrática de las Misiones, fundada por ellos entre el Brasil, el Paraguay y la Argentina. Deseosos de volver á su patria, los dos interrumpieron su trabajo repetidas veces para tomar parte en las intentonas revolucionarias del partido.

Aprovechando un instante en que el mayordomo sale de casa para dar otra vuelta por la cuadra, examina las alforjas, que ya tenía preparadas, mete la mano en ellas y tropieza con algunas libras de chocolate, dos botellas de vino de Jerez y un tarro de cabello de ángel, lo más exquisito que ella misma había fabricado aquel año. Su alarma crece.

A los catorce años emigraba de Albany, su ciudad natal, para California, en busca de mejor fortuna. Era en la época de la fiebre del oro, y una verdadera corriente humana se precipitaba en los valles de este territorio en busca de Eldorado con su relativo Pactolo. Era por lo general la hez del mundo esta que iba a la conquista del Vellocino.

5 Todos estos reyes se juntaron, y viniendo reunieron los campamentos junto a las aguas de Merom, para pelear contra Israel. 6 Mas el SE