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Su literatura se había reducido a la Historia de la prostitución por Dufour, a La Dama de las Camelias y sus derivados, con más algunos panegíricos novelescos de la mujer caída. Creía en el buen corazón de las que llamaba Bermúdez meretrices y en la corrupción absoluta de las clases superiores. Estaba seguro de que si no venía otra irrupción de Bárbaros, el mundo se pudriría de un día a otro.

También a ella le cosquilleaba en el interior el deseo de hacer algunas confidencias; pero el respeto de su marido le ponía un freno. Por fin, tanto extremó Pez los panegíricos de ella, que la indiscreción se sobrepuso a la prudencia.

Los periódicos de Manila estaban tan ocupados por la reseña de un asesinato célebre cometido en Europa, por los panegíricos y bombos á varios predicadores de la capital, por el éxito cada vez más ruidoso de la opereta francesa, que apenas podían dedicar alguno que otro artículo á las fechorías que cometía en provincias una banda de tulisanes capitaneada por un gefe terrible y feroz que se llamaba Matangláwin.

Iba el loco por las calles cubierta la cabeza con un bonete rojo: decíase predicador apostólico y canónigo de santa Catalina; acompañábale por lo general otro postulante, y en el lugar donde le parecía conveniente se detenía, y ya sobre una piedra ó encaramado en una ventana ó en otro lugar semejante alzaba el grito, no tardando en verse rodeado de un numeroso grupo de gente desocupada y maleante, la cual, si bien celebraba sus dichos, solía con frecuencia interrumpir los macarrónicos latines y los panegíricos de don Amaro, que contestaba con donosas puyas y desvergüenzas á sus interruptores, ó bien harta ya su paciencia, salía corriendo tras alguno armado de un par de piedras ó de un palo, sin que nunca, sin embargo, se diera el caso de agredir á nadie.

Lope Félix de Vega Carpio, y elogios panegíricos á la inmortalidad de su nombre, en Madrid, en 1636. Hasta las musas italianas lloraron la muerte de Lope; en el año 1636 apareció en Venecia, con el epígrafe de Essequie poetiche, un volumen elegiaco de los más famosos poetas italianos.

El caso era rodear poco y llegar cuanto antes, según él decía, mientras dejaba yo en cuarentena la sinceridad de su afirmación, que bien pudiera ser encubridora de antojos irresistibles de un montañés tan castizo como Neluco. Porque es lo cierto que no subíamos a una altura ni bajábamos a una hondonada sin que el médico hiciera ardorosos panegíricos de lo que se veía desde arriba o desde abajo.

Contaba con algo por el estilo al disponer el programa del festín, y aun en los comienzos de éste anduvieron bastante ajustados a la palpable realidad sus cálculos de tantos días; pero el vuelo inesperado que tomaron las peroraciones de tantos y tan ilustres comensales; aquel mezclarse los panegíricos de sus virtudes cívicas y políticas, de sus altísimos merecimientos personales, con las cuestiones más candentes de la actual gobernación del Estado, en boca de los hombres que tenían en sus manos los destinos de la patria; aquel cielo de esplendores y de gloria; aquella radiante apoteosis a que se le elevaba de pronto y por tales gentes; todo aquello, que levantaba cien codos por encima de sus cálculos, aunque no de sus «nobles ambiciones», era más que suficiente para dar al traste con la serenidad de un estoico, cuanto más con la de un hombre como él, tan trabajado por «los acontecimientos» y hasta por los achaques y los años.