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Después desto, asenté con un maestro de pintar panderos para molelle los colores, y también sufrí mil males.

De esta manera llegan hasta los pies de la Virgen y allí se despiden cantando largo rato. Luego, caminando hacia atrás, sin volver la espalda, doblando las rodillas cada pocos pasos y alzándose después, salen de la iglesia sin dejar de cantar y de sonar los panderos. Fuera se diseminan. Todas llevan colgado al cuello el santo escapulario tocado á la Virgen.

Adornaron sus cuernos con papel dorado: ciñeron su cuello con cintas de diversos colores. Un mozo designado por la suerte la llevaba amarrada por los cuernos. Ya se pone en movimiento la comitiva; ya comienza á descender por el áspero tortuoso sendero de la montaña sombreado de castaños. Las zagalas agitan sus panderos, cantan á coro, y sus voces puras bajan en alas de la brisa hasta el valle.

Y junto a ellos, y haciendo contraste, las muchachas del pueblo con su fisonomía dulce, sus mejillas sonrosadas y su traje pintoresco; y los niños con su semblante alegre, sus carrillos hinchados para tocar los pitos, o sus bracitos agitados tocando los panderos; todo aquello me pareció un sueño de Navidad.

En efecto, los pastores se ponían de acuerdo con los muchachos para cantar sus villancicos, y preludiaban en sus instrumentos. Uno de los chicuelos cantaba un verso, y después los pastores y los demás muchachos lo repetían acompañados de la zampoña, de la guitarra montañesa y de los panderos.

Rodeábanla las mozas con sus panderos. Delante marchaba el capitán, portador del gran farol tradicional. Su uniforme resplandeciente causaba el asombro de aquellos campesinos, particularmente de los niños que se amontonaban en torno suyo devorándole con los ojos. Todos los años gozaban del mismo espectáculo y cada año les parecía más nuevo y sorprendente.

¡Vamos, muchacho... vamos! ¿Qué aguardas? Y Angelina: ¿despertaste a señora Juana para que se quede con Carmen? , señora. Pues vámonos, Rorró, que de aquí a San Antonio ya tenemos que andar. Está lejos, pero allá iremos, repetía que allí hay pisos, y sonajas, y panderos, y música de cuerda que toca sones y piezas alegres, y la misa no es larga.... ¡Cómo que la dice el P. Solís!

Este día, algunos pastores del monte bajaban a las casas y entonaban villancicos con voces agudas y roncas, acompañándose de panderos y de zambombas. Si el ama de la casa les daba algunos cuartos, decían en el villacinco que se parecía a la Virgen; en cambio, si no les daba nada, le acusaban de ser una vieja bruja.

Casi al mismo tiempo otro ruido, que subía del portal, vino a dominar el ya formidable del aguacero; una algarabía, un chascarrás desapacible, unas voces cantando destempladamente con acompañamiento de panderos y castañuelas. Saltaron alborotadas las chiquillas, con Nisita a la cabeza.

Oyeron, asimismo, confusos y suaves sonidos de diversos instrumentos, como de flautas, tamborinos, salterios, albogues, panderos y sonajas; y cuando llegaron cerca vieron que los árboles de una enramada, que a mano habían puesto a la entrada del pueblo, estaban todos llenos de luminarias, a quien no ofendía el viento, que entonces no soplaba sino tan manso que no tenía fuerza para mover las hojas de los árboles.