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8 Y lo santificarás, porque el pan de tu Dios ofrece; santo será a ti, porque santo [soy] yo el SE

Así que, ¡oh Sancho!, mudad de opinión, y, cuando seáis gobernador, ocupaos en la caza y veréis como os vale un pan por ciento. -Eso no -respondió Sancho-: el buen gobernador, la pierna quebrada y en casa. ¡Bueno sería que viniesen los negociantes a buscarle fatigados y él estuviese en el monte holgándose! ¡Así enhoramala andaría el gobierno!

La misantropía que le entró a Juan Pablo desde su desairado regreso del Cuartel Real no se alteró en aquellos días que sucedieron a la herencia. Hablaba muy poco, y cuando doña Lupe le nombraba el casorio de Maxi, como cuando se le pega a uno un alfilerazo para que no se duerma, alzaba los hombros, decía palabras de desdén hacia su hermano y nada más. «Con su pan se lo coma... ¿Y a qué?».

Lo que él debía hacer era llevar a su casa todo el pan que pudiese. ¡La pobre Teresa!... ¡con tantos chiquillos!... ¡Sebastián, no seas bruto! Quítate toas esas telarañas de la cabesa... No me contestes. No empieses a sortar barbariaes como otras noches. Mira que mañana voy a ir a misa a la Macarena...

Pude gozar entonces de la belleza singular de aquella boca, de aquellos labios rosados que dejaron ver, al plegarse dulcemente, una dentadura irreprochable. Mi tía Pepa se entretenía con el chocolate, y yo me servía en una rebanada de pan la fresca e incitante mantequilla.

Con mi mujercita estaría yo a gusto aunque viviese en una zahurda comiendo berzas y pan negro. Y al mismo tiempo se inclinó para besar sus cabellos. Hubo una larga pausa en que ambos parecían paladear su dicha enternecidos.

En el mes de mayo hubo grande alboroto en la ciudad por la falta de pan, motivada en parte por la inhumanidad de algunos logreros que monopolizaban las harinas, de lo cual se siguieron graves desórdenes y atropellos.

Es, por el contrario, una manifestación social; es una fórmula de una manera de ser de un pueblo. ¿Para qué os obstináis en combatirlo, pues, si es fatal, forzoso, natural y lógico? ¡Dios mío! ¡Para qué lo combatís!... ¿Acaso porque la empresa es ardua, es por eso absurda? ¿Acaso porque el mal principio triunfa se le ha de abandonar resignadamente el terreno? ¿Acaso la civilización y la libertad son débiles hoy en el mundo porque la Italia gima bajo el peso de todos los despotismos, porque la Polonia ande errante sobre la tierra mendigando un poco de pan y un poco de libertad? ¡Por qué lo combatís!... ¿Acaso no estamos vivos los que después de tantos desastres sobrevivimos aún; o hemos perdido nuestra conciencia de lo justo y del porvenir de la patria, porque hemos perdido algunas batallas?, ¡Qué!, ¿se quedan también las ideas entre los despojos de los combates? ¿Somos dueños de hacer otra cosa que lo que hacemos, ni más ni menos como Rosas no puede dejar de ser lo que es? ¿No hay nada de providencial en estas luchas de los pueblos? ¿Concedióse jamás el triunfo a quien no sabe perseverar?

Cuando Gaitica me maltrató y no pude hacerle pedazos ni aplastarle con la zapatilla, también tuve un momento de bochorno, de ira y de desesperación en que quise suicidarme. Pero después me he serenado. Eso de matarse se deja para los tontos. El que quiera viaducto, con su pan se lo coma. A vivir, vidita, que vivir es lo seguro. Alma atrás... Lo quiere el mundo, pues adelante.

Obdulia experimentaba un gran desconsuelo ante esta actitud severa y reservada. Pero poco a poco el sello que el sacerdote pedía para reconocer el origen celestial de sus visiones fue apareciendo. El espíritu de la joven se acendró de todas las impurezas. Su devoción a las prácticas religiosas, sobre todo al sagrado pan eucarístico, era cada día mayor.