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COLA DE CARNERO. Después de meter en el cocido una cola de carnero, y cuando ya ha hervido lo necesario, se saca entera, se unta con manteca, sal, ajo, perejil y pan molido, y se mete al horno. BATALLÓN. Se rehoga en manteca de vaca, cebolla muy menuda, se echa y tuesta harina y se agregan trozos de carne.

¿Pero dónde estará ese maldito perro? preguntó la Golondrina. Apenas os ha visto salir del carrizal ha desaparecido; parece que le dan asco las escopetas; pero yo juro que me las pagará, , me las pagará; volveré al pueblo y le daré pan con alfileres o con fósforos para que reviente. Todo esto lo decía la Golondrina poniéndose puñados de húmeda arena en las heridas que le había hecho Fortuna.

Por un milagro, un ángel tomaba el arado y conducía los bueyes mientras el Santo oraba y no trabajaba. ¡Y a la sombra de nuestras mangas, confiando en San Isidro, la gente del campo duerme esperando que los ángeles hagan su trabajo! ¿Cómo predicar lo de "Comerás el pan con el sudor de tu rostro," cuando el trabajo que ese sudor significa no es necesario?

Decia que nuestros conatos de ocio y de caballerismo fantástico no proceden del clima, sino de la mezcla de sangre y del imperio de la costumbre. Llevad el pueblo catalan á la Andalucía, y el pueblo catalan será laborioso; no lo será tanto como viviendo entre peñascos de donde ha de arrancar el pan que come y el vellon que viste; pero será siempre trabajador.

26 Aun los que comerán su pan, le quebrantarán; y su ejército será destruido, y caerán muchos muertos. 27 Y el corazón de estos dos reyes será para hacerse mal, y en una misma mesa tratarán mentira; mas no servirá de nada, porque el plazo aún no es llegado.

Parece que se orientan por el tacto, o por el oído, que se les supone agudísimo. En cambio, no tienen o se cree que no tienen olfato o que, de tenerlo, es muy imperfecto. Y ahora ¡vamos, muchachos, que el pan nos espera! ¿Dónde? le preguntaron sus sobrinos. Pronto lo encontraremos.

Los rábanos, berengenas, lechugas y otros manjares por el mismo órden con que se alimentaban los penitentes solitarios, eran poco adecuados para criar mantecas; y aunque algunos tenían un cuervo ú otro caritativo pajarraco que diariamente les llevaba un pan, tampoco medraban mucho, pues el pan seco, más que otra cosa, es mortificación y abstinencia.

Quejábamonos nosotros a don Alonso, y el Cabra le hacía creer que lo hacíamos por no asistir al estudio. Con esto no nos valían plegarias. Metió en casa la vieja por ama, para que guisase de comer y sirviese a los pupilos y despidió al criado porque le halló un viernes a la mañana con unas migajas de pan en la ropilla. Lo que pasamos con la vieja, Dios lo sabe.

Por fin, un día en que Ramiro llegó a sentir de modo insufrible el tormento del hambre, el anciano misterioso acertó a pasar a la hora del anochecer, llevando por delante, sobre la silla, un cesto pequeño lleno de hogaza y una ristra de cebollas colgada del hombro. Ramiro caminó hacia él, exclamando: ¡Dadme, por Dios, una cebolla y un poco de pan! El hombre prosiguió su camino.

-No más refranes, Sancho, por un solo Dios -dijo don Quijote-, que parece que te vuelves al sicut erat; habla a lo llano, a lo liso, a lo no intricado, como muchas veces te he dicho, y verás como te vale un pan por ciento. -No qué mala ventura es esta mía -respondió Sancho-, que no decir razón sin refrán, ni refrán que no me parezca razón; pero yo me enmendaré, si pudiere.