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Comprende la satisfacción inenarrable que sentirán los cinco dedos de un cristiano recorriendo y palpando esas maravillas; más también has de percibir, que con una pieza de cinco céntimos, no se pagan las cuentas de esos serafines... Ellas poseen cosas mejores: cabellos color de oro o color de tinieblas, resumiendo así en sus trenzas la apariencia emblemática de las dos grandes tentaciones humanas: el hambre del metal precioso y el conocimiento del absoluto trascendente.

Así es, que estando a la puerta misma de su aposento, a la izquierda volviose, y palpando la pared, adelantó hasta tocar una mampara de seda, y tan rica, que ella le demostró que no al aposento de la doncella debía dar entrada una tal manpara, sino al de doña Guiomar.

Maltrana, escuchando la respiración de Feli, palpando en la sombra su cuerpo desfigurado por la maternidad, experimentó el mismo remordimiento que si la hubiese asesinado y tuviera el cadáver tendido junto a él.

¿Y dónde ponemos a este pobre mamarracho? dijo Doña Paca palpando a Frasquito, que, aunque no estaba sin conocimiento, apenas hablaba ni se movía, yacente en el santo suelo, arrimadito a la pared».

Ya no llegaba a él de puntillas; palpando en la sombra; ahora lo abría a raíz de la cosecha y sus manos se perdían con temblores de felicidad en los fajos de billetes entregados por su suegro a cambio de las naranjas, y pensaba con fruición en lo que este guardaba en los Bancos y algún día vendría a su poder.

25 ni es honrado con manos de hombres, necesitado de algo; pues él da a todos vida, y respiración, y todas las cosas; 27 para que buscasen a Dios, si en alguna manera, palpando, le hallen; aunque cierto no está lejos de cada uno de nosotros: 28 porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como también algunos de vuestros poetas dijeron: Porque linaje de éste somos también.

A fuerza de tiempo, acostumbrados los ojos a la obscuridad, podían distinguirse los unos a los otros. El que entraba, iba despacio por el pasillo de las butacas para no tropezar, palpando los cráneos de los que las ocupaban, por ver si había alguna vacante. Aquí no, don Rufo. ¿No hay asiento? preguntaba sonriendo al vacío como los ciegos. No; suba usted arriba, a los palcos.

Pero no será perdido en vano el tiempo transcurrido en los diversos campos de su actividad; irá acumulando datos, notas diversas, amontonando observaciones, haciendo aprendizaje en la naturaleza de los hombres y las cosas, en las costumbres y hábitos; palpando errores, deformaciones, vicios ancestrales, acaso siempre con esa sonrisa de hombre bueno, "matizada de ironía", que le servirán para su ulterior labor crítica y consultiva de escritor costumbrista y de filósofo moralista.

Paseó los dedos por la puerta, palpando las molduras, deslizándolos por las superficies barnizadas, como si buscase á tientas una rendija, un agujero, algo que le permitiese llegar hasta el hombre que estaba al otro lado. Instintivamente dobló sus rodillas, pegando la boca al orificio de la cerradura. ¡Dueño mío! murmuró con una voz de pordiosera . ¡Abre!... No me abandones.

Sin esperar a más razones, Almudena extendió las manos, palpando en el suelo. Buscaba su guitarro, que Benina vio y cogió, rasgueando sus dos cuerdas destempladas. «¡Dami, dami! le dijo el ciego impaciente, tocado de inspiración». Y agarrando el instrumento, pulsó las cuerdas, y de ellas sacó sonidos tristes, broncos, sin armónica concordancia entre .