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Y a pesar de la distancia, gritaron los más, enviándole un saludo por encima del agua azul, entre el revoloteo de las gaviotas y las palmeras de una isla que parecía avanzar poco a poco enmascarando el muelle. En el centro de la ciudad se había despedido el belga de la comitiva para quedarse en su hotel. Pero luego se arrepintió.

Lo siento mucho... pero ha llegado usted tarde. En la plazoleta que formaban frente a la casa azul los altos y tupidos rosales, erguíanse cuatro palmeras que, abandonadas muchos años, dejaban colgar las secas ramas como miembros muertos debajo de las palmas nuevas, arrogantes y rumorosas.

Era un palmeral surgiendo entre rocas; pero las rocas no pasaban de ser guijarros, y las palmeras anélidos de mar, simples gusanos que se mantenían en vertical inmovilidad.

«Se ha dado un gran paso en estos últimos tiempos con la publicacion de la magnífica obra del señor Martius sobre las palmeras del Brasil; pero esta obra apénas estaba publicada y aun no existia en Francia cuando partió el señor de Orbigny.

Era un simple dado de albañilería, con las paredes enjalbegadas, cuatro pináculos en sus ángulos y una cúpula de tejas negras. De lejos parecía un morabito, la tumba de un santón, ayudando á esta semejanza los grupos de palmeras de los jardines inmediatos. Castro le había hecho reir muchas veces contándole la historia del difunto general y sus ricos vecinos.

Al pie del farol, recorría los diarios de la tarde, espiando la aparición, del lado del río, de la luz verde, azul o roja del vehículo; el frío y la humedad le incomodaban, e impaciente por la tardanza, se paseaba por el atrio solitario, como galán que espera: el rumor inmenso de la ciudad se había apagado, las luces palidecían en medio de la neblina, las vidrieras de los escaparates sudaban de frío, las palmeras tísicas de la plaza se quejaban... Andando, míster Robert pasó la esquina de Reconquista y llegó hasta la Bolsa, en su afán de salir al encuentro del tranvía, creyendo así alcanzarle más pronto.

En un instante estuvo unido a su compañero, y juntos entonces, sin más preocupación que la de despuntar torpemente las palmeras jóvenes, los dos caballos decidieron alejarse del malhadado potrero que sabían ya de memoria. El monte, sumamente raleado, permitía un fácil avance, aún a caballos. Del bosque no quedaba en verdad sino una franja de doscientos metros de ancho.

Era la música que tocaba en el paseo, frente al Casino. Por debajo de las achatadas palmeras desfilaban, como las cuentas de un rosario de colores, las sombrillas de seda, los sombreritos de paja, los trajes claros y vistosos de toda la gente de veraneo. Los niños, vestidos de blanco y rosa, saltaban y corrían tras sus juguetes, o formaban alegres corros girando como ruedas de colores.

Aunque veía por fin cumplidos los deseos de paz que siempre habia abrigado su magnánimo corazon, la tristeza hacia inclinar su gloriosa frente, porque en medio de uno de sus jardines se alzaba esbelta y gallarda una solitaria palma que, como nacida en el Occidente, lejos de la region de las palmeras, le traía á la memoria su propio destino.

Otras veces era una iglesia la que aparecía igualmente blanca, de una alba intensidad, sólo comparable a la de la espuma, con caperuza de tejas verdes y azules, y en torno de ella gráciles palmeras y rosales gigantescos.