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Aquel rasgo gracioso de modestia levantó gran alborozo. ¡Ole por las mujeres simpáticas! ¡Todo el mundo á quererla! ¡La pura arropía!... Y sonaban las palmas, y chocaban los vasos y gritaban como energúmenos jaleando á la cantaora. Pero aquel entusiasmo se enfrió momentáneamente porque, Antonio, con uno de sus descompasados ademanes, echó á rodar una caña y la quebró.

No se acabó de una, sino que tambien esta fábrica sufrió interrupciones, y solo llegó á su término en 1664 bajo la direccion de Juan Francisco Hidalgo. No te describo, amigo lector, su pesadísima arquitectura: en la lámina que representa la puerta de las Palmas puedes á tu sabor contemplarla, bien seguro de que yo no te envidio este deleite.

No puedes negar que eres un veterano de la Independencia. Tienes la misma pasta que los vencedores de Maratón y de Platea. Mas por Júpiter, que no te dejo hablar otra palabra si no consientes en reposar un poco el calor y tomar algún corto refrigerio. Cedió de buen grado D. Félix, porque se hallaba un poco cansado y hambriento. El señor de las Matas llamó con las palmas de la mano.

¡Es inútil que nos supliques; somos inflexibles Nos vamos, Marenval, nos vamos. Entonces, no hagáis el tonto, dijo Marenval con solemnidad. Las circunstancias, como veis, son graves. Dejadme amablemente con Tragomer. Y en recompensa... ¡Ah! ¡ah! Un regalo! exclamaron las damas. ¡Bueno! , un regalo, dijo Marenval. Mañana, en todo el día, recibiréis un recuerdo mío. Las mujeres batieron palmas.

13 tomaron ramos de palmas, y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna, Bendito el que viene en el Nombre del Señor, el Rey de Israel! 14 Y halló Jesús un asnillo, y se sentó sobre él, como está escrito: 15 No temas, oh hija de Sión: he aquí tu Rey viene, sentado sobre un pollino de asna.

Pronto fondeamos frente al puerto de La Guayra, pequeña ciudad recostada sobre los últimos tramos de la montaña y que, a lo lejos, con sus cocoteros y palmas variadas, presenta un aspecto simpático a la mirada. Allí nos despedíamos de aquellos que habían concluido su viaje, cuando un viejo amigo de Buenos Aires, el Dr.

Á predicar al hombre La justicia, la paz, la caridad! No corras ¡ay! en pos de un vano nombre Que jamas se convierte en realidad. No, no: yo voy á predicar al hombre La justicia, la paz, la caridad! ¿Á dónde vas? Á las humanas almas Voy á enseñar la senda de los cielos. Busca otro triunfo entre gloriosas palmas Consagrando á la musa tus desvelos.

Pero el cuerpo de la señorita le buscaba, se apoyaba en él, sin que pudiera librarse de su dulce pesadumbre, por más que echaba el pecho atrás. Afuera, en el patio, sonaba la guitarra del señor Pacorro, y las cantaoras, roncas por el vino, acompañábanla con gritos y palmas.

Absolutamente nada más, mis ocupaciones, y más que todo mi poca afición á escudriñar cosas que ni me van ni me vienen, han hecho que en los años que llevo por estas comarcas practicase lo que he visto hacer, quitándome el sombrero cuando por aquí paso, por aquello de que adonde quiera que fueres haz lo que vieres, sin que haya tratado de averiguar el cómo y el por qué la que es dueña de todo desde el cielo viene á ser propietaria aquí en el suelo de esas flexibles palmas.

Y a un lado, al través de un bosquecillo de pequeñas palmas, se deslizan cautelosamente seis ú ocho indios armados de sus lanzas, sus cuerdas y sus mazas y dardos, en persecución de un tigre negro, cuyos ojos chispean y en cuyas garras y contracciones musculares se ven las crispaturas del miedo y de la rabia feroz que dominan á ese gran bandido del desierto, cuando se ve atacado y se dispone á destrozar para defenderse.