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Al ver a Arturo, la dama se estremeció e hizo un movimiento como para levantarse y salir; pero, sin poder apenas sostenerse, se apoyó en el antepecho del palco y cayó de nuevo sobre su asiento. Esta turbación hizo que Arturo se fijase en ella y que se aproximara para ofrecerle sus servicios. La dama, sin contestarle, le rechazó con un gesto.

Á este pensamiento acudían á todas mis angustias y me sentía poseído por una viva curiosidad. Poco me importaba ya la cantante; lo que yo deseaba era saber quién era su compañero, aquel francés que me conocía y cuya presencia debía, por sola, aclarar la situación. Llegados al palco, Pector me dijo: ¿Nos quedamos? La verdad es, respondí, que me duele un poco la cabeza.

Ya sabes que el de su casa no era más que agua de fregar. Y si íbamos al teatro juntos, convidados a mi palco, siempre se arreglaban de modo que comprase Antonio las entradas... De la grosería con que utilizaban a todas horas nuestro coche, nada te digo.

Sr. de Quintana, usted me proporcionará un palco o un par de lunetas. ¿Y se paga, se paga? No, amiga mía dijo Amaranta burlándose . La nación enseña y pone al público gratis sus locuras. Usted le dijo Quintana sonriendo será de nuestro partido.

Lo mismo dijo Paco Vélez... Ahí los tienes a los dos tan amartelados en el palco, publicando las amonestaciones... ¡Dice Paco Vélez que ha habido unas historias!... López Moreno sitió a Beatriz por hambre, y entre el embargo y la boda no hubo más remedio que capitular.

Presidía también una academia de música de la cual era fundador. Era vocal-tesorero del Casino de artesanos. La reedificación del teatro donde nos hallamos a él se debía; y para recompensarle de sus molestias y desembolsos, el Ayuntamiento le había permitido labrar en el hueco de la escalera el palco cerrado con persiana de que ya hemos hablado. Vivía de su retiro de coronel.

Se cercioró bien del número del palco y subió hasta colocarse detrás de la puertecita, y por un movimiento irreflexivo llamó con los nudillos de los dedos sobre ella. El mismo marquesito se levantó para abrir. Su semblante se dilató con una franca y cordial sonrisa. ¡Amigo Aldama, usted por aquí! Pase usted. ¡Cuántos deseos...! Pero la frase expiró en sus labios.

Después de haberle hecho algunas preguntas triviales sobre la salud de su padre, Huberto opinó con desenvoltura que debía ser un malestar pasajero del que no había por qué inquietarse demasiado; en seguida, con aire indiferente pasó a otros asuntos. ¡Ah! exclamó de pronto, he tomado para esta noche un palco en el Teatro Francés. Hoy es ese estreno que usted deseaba ver.

Hasta se aventuró varias veces a llevarla a un palco segundo en el teatro y a permanecer allí metido detrás de las cortinas. Se comprendía que aquel triunfo de última hora halagaba su amor propio, le enajenaba de gozo. El señor Ángel era un buen hombre, hábil en su oficio y de sentimientos honrados, pero extremadamente pusilánime.

Una imprudencia, por pequeña que fuese, y estaba perdida; el menor descuido, y en vez de ingeniosa enamorada, semejaría codiciosa enredadora. ¡Triste condición de toda mujer amante y burlada, que al reconquistar el bien perdido, parece trapisondista despreciable! Capítulo XIX De cómo Cristeta representó en un palco mejor que cuando lo hacía en el escenario