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Ha ido esta tarde dos veces a Palacio, una vez a casa del Arcipreste, otra a casa de Carraspique, otra a casa de Páez, otra a casa del Chato, dos a la Catedral, dos a la Santa Obra, una vez a las Paulinas, otra... ¡qué yo! Está muerta la pobre. ¿Y a qué ha ido? contestó De Pas al segundo trueno. Pausa solemne.

Las vistas de este palacio son en sumo grado apacibilísimas, porque participan de todo lo que puede desear la vista, en razon de diferencias de visos, como son agua, arboledas, montes, huertas, casas de placer y otras cosas semejantes

Es un magnate que tiene un alcázar, y ha de andar buscando un asilo de zoca en molondra. Es un mendigo á quien se ha levantado un palacio; pero que no ha dejado de ser mendigo, ¡Vanos alardes! ¡Estéril pompa! ¡Pobre magnificencia!

¡Tenía! ¡Tenía! dijo con arranque Quevedo . Decís bien, tío Manolillo, decís bien, vamos viendo claro; ya , ya lo que Juan Montiño buscaba sobre don Rodrigo Calderón cuando le tenía herido ó muerto á sus pies. Lo que buscaba ese joven eran las cartas de la reina; para entregar esas cartas era su venida á palacio, para eso, y no más que para eso, ha entrado en el cuarto de su majestad.

Diana, hermana del muerto, y á consecuencia de una profecía que anuncia á su padre su casamiento con su más encarnizado enemigo, ha sido guardada por su padre en un palacio inaccesible, y se ha prometido para esposa á quien quiera que haga sucumbir al matador de su hermano.

El combate terro-naval corrió por toda la corte, ponderado por el héroe mismo, y un día que daba la guardia en Palacio, como grande de España, y mencionaba por centésima vez, durante la comida, el combate terro-naval de Cabo Negro, le dijo de pronto la reina: Mira, Villamelón; varía alguna vez, y que no sea siempre terro-naval... Siquiera por hoy, que sea navo-terrestre.

Pasaron a lo largo de un jardín. A un lado, frente al río, grandes edificios y aceras con arcadas, bajo las cuales hormigueaba la muchedumbre jornalera. Subieron una cuesta, y en lo alto de ella vieron extenderse un palacio con los muros de color de rosa. Más allá se abría una plaza blanca con un jardín en el centro.

Dondequiera que voy, no digo ya por las ciudades de estos reinos, sino a otras naciones, pues que he viajado largas tierras, Inglaterra, Rusia, Francia, Alemania, Italia... y no digo ya estas naciones europeas, sino otros continentes, África, Asia, América, Australia, dondequiera que voy tengo una casa mía, ¡y qué casas!, mayores que un palacio, y mesa puesta, y lecho apercibido, y jamás me falta dinero para ir hasta el fin del mundo.

Otras estatuas de mujeres medio desnudas, blancas ó metálicas, se guarecían en los hornacinas de los muros, y también resultaba un misterio su nombre y su significación. Aunque el palacio pretendía deslumbrar y acariciar con sus oros y sus tiernos colores, las gentes que iban á él apenas se fijaban en tales magnificencias.

La señora de López Moreno no se enteraba de nada de esto, ocupada en dar gracias, enternecida, al general y a la duquesa... El sueño dorado de toda su vida, ser recibida en Palacio, iba a realizarse, y no le parecía cara tamaña honra, al precio de una oreja desgarrada y una dehesa perdida.