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Abrumaba con sus caricias a su marido, a su suegra, al niño, a sus amigos. Sentía la necesidad de manifestar su dicha en mil ternuras. A veces lloraba sin motivo. Pero eran lágrimas dulces. El pequeño Gómez con sus besos las enjugaba en el borde de sus ojos, como los pajaritos beben el rocío en el cáliz de una flor. Todo es causa de placer para los convalecientes.

Precisamente oyó entonces la voz de su madre, y corriendo con la misma ligereza que revoloteaban los pajaritos ribereños, se presentó ante Ester, bailando, riendo, y señalando con el dedo el adorno que se había fijado en el pecho.

Y cuando llegan a un rincón apartado y solitario donde las sombras se espesan, donde no llegan los ruidos mundanales ni penetran los ojos maliciosos de los hombres, llaman con gritos de alegría, como pajaritos de Dios, a sus compañeras, las invitan a venir a disfrutar de aquella amable seguridad donde libremente pueden mostrar sus gracias y recrearse sin peligro de ser sorprendidas.

De esta suerte, poco venturosa y triunfante para don Paco, se pasaron algunos días y llegaron los últimos del mes de julio. Hacía un calor insufrible. Durante el día los pajaritos se asaban en el aire cuando no hallaban sombra en que guarecerse. Durante la noche refrescaba bastante.

Algunos pajaritos acuáticos de poca importancia salieron de una de las orillas y pasaron volando sobre las falúas, lo cual fue causa para que don Serapio, en un rapto de entusiasmo marítimo, se pusiese en pie sobre la popa y agarrado al palo de la bandera entonase como un energúmeno la canción que empieza: Al ver en la inmensa llanura del mar Las aves marinas con rumbo hacia acá, siguiendo envidioso su vuelo fugaz, etcétera.

Herido con esto el orgullo maternal de la señora de Benítez, habló con elocuencia y refutó el parecer de su marido, diciéndole para concluir: Pues debieras dar gracias a Dios y no lamentarte de que sea así tu hija, porque tal vez se quede para vestir santos, o bien se case con algún pobretón que, en vez de darle a comer pajaritos sin hueso y rellenos de trufas, tenga que alimentarla, y gracias, con esos guisotes que desdeñas, aunque con ellos te has alimentado y bien robusto te has criado.

Se me antojó que Clarita era una muñeca para mi diversión. Yo no caí en nada... no me hice cargo... pensé sólo en que, ya casada, haría una excelente señora de su casa, y me recibiría al amor de la lumbre, y yo le llevaría flores, frutas y pajaritos de regalo. ¡Si vieses qué corza he hecho venir para ella de Sierra Morena! Es un primor. La tengo abajo en el corral... y se la iba á llevar mañana.

Ya, ya ... dijo Obdulia, haciendo gala de entender de linajes . Eran hijas de la Montijo. Cabal, que vivía en la plazuela del Ángel, en aquel gran palacio que hace esquina a la plaza donde hay tantos pajaritos... mansión de hadas... yo estuve una noche... me presentaron Paco Ustáriz y Manolo Prieto, compañeros míos de oficina... Pues , yo era un buen jinete, y créame, algo queda.

Lo mejor es que tu madre te mira ya con buenos ojos... ¡Pues podía no! ¡Caramba, cómo te vas redondeando, y qué guapísima estás! Vaya, que da gusto mirarte. ¡Chica más precoz y más...! Mira, cuando entras por esas puertas, parece que asoma la primavera y que cantan los pajaritos en esta casa. ¡Si me sabrán a gloria tus visitas! ¡Dios te lo pague, hija mía!

Allí, sobre un fondo de muebles cómodos y bonitos, de lo más perfecto y refinado que en París se construye, había en urnas de cristal lindos pajaritos disecados, mariposas e insectos de vivísimos colores; pájaros vivos en doradas jaulas, y lozanas plantas de entre trópicos criadas en invernáculo con atinado esmero.