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Yo no puedo significar lo que padecí, las crueles angustias que pasé, las extravagantes y monstruosas visiones que se apoderaron de mi imaginacion. El ingeniero, que arrebatado del entusiasmo de su noble oficio, no veia que yo estaba medio difunto, me preguntó con aire orgulloso qué me parecia.

De chico tomé un golpe en una rodilla, y no si por el tratamiento del curandero, que me aplicó únicamente emplastos de harina y de vino, o por qué, el caso es que padecí, durante bastante tiempo, una artritis muy larga y dolorosa. Quizá por esto me crié enfermizo, y el médico aconsejó a mi madre que no me llevara a la escuela. Mi infancia fué muy solitaria.

Y no lejos de aquí, por propios ojos, El Carbunclo animal veces he visto: Ninguno me lo juzgue por antojos, Que por cazar alguno anduve listo. Mil penas padecí, y mil enojos En seguimiento de èl; ¡Mas cuan bien quisto, Y rico y venturoso se hall

Al cabo de algún tiempo supimos por fin que el nuevo gobierno había reconocido a D. León el grado de alférez y que pasaba a servir al cuerpo de Carabineros. Crean ustedes que padecí un terrible desengaño, y hasta escribí a mi profesor suplicándole que no aceptase; pero mis ruegos fueron desoídos. D. León ganaba once duros más al mes... y tenía cinco hijos. EL SUE

Si aquí vivieras algun tiempo, le contesta: si aquí perdieras ese gusto extranjero que te presenta como repugnantes los hábitos de esta sociedad, acabarias por asistir á estos espectáculos y por recrearte como nosotros. Tampoco me convence esta prueba. En una ocasion padecí vigilias, hasta el punto de estar diez y siete dias sin dormir un instante.

En las mil alternativas y vicisitudes de mi vida, bajé, subí, caí y levanteme; creí tocar con mis manos fatigadas el fondo de aquel mar de la borrascosa desventura, donde transcurrió mi niñez, y fuerzas ignoradas me sacaron de nuevo a la superficie; luché y padecí, deseé la muerte y amé la vida; grandes vaivenes y sacudidas experimenté; pero cuando subía, y bajaba, y luchaba, y vivía, y moría, jamás dejé de percibir aquella luz, encendida ante la desgracia, lejana estrella a quien consideraba como expresión de lo divino y sobrenatural que hay en la existencia.

Es imposible que entre tantos suplicios imaginados haya uno solo comparable al que yo padecí en aquel terrible instante. Espantábame el siniestro resonar de aquella afrentosa pregunta en una boca tan casta; pero aún me atormentaba más la vergüenza de merecerla.

Padecí también furor de homicidio, y por poco mato a mi tía y a Papitos. Siguieron luego depresiones horribles, ganas de morirme, manía religiosa, ansias de anacoreta, y el delirio de la abnegación y el desprendimiento...