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En cambio los de la bolsa de don Álvaro saludaban a los Vegallana; sonreían a la Marquesa, asestaban los gemelos a Edelmira y hacían señas al Marqués, y a Paco, que solían visitar aquel rincón comm'il faut. También esto lo envidiaba Ronzal, que era amigo político de Vegallana; pero trataba poco a la Marquesa.

La casa de Paco era un terreno neutral; el lugar más a propósito para comenzar en regla un asedio y esperar los acontecimientos. Don Álvaro lo sabía por larga experiencia. En casa de Vegallana había ganado sus más heroicas victorias de amor. Su orgullo le aconsejaba que no hiciera en favor de Ana Ozores una excepción que a todo Vetusta le parecería indispensable.

Estas cariñosas quejas parecían todas sin intención y como nacidas del filial afecto; pero al mismo tiempo era un cruel interrogatorio, que turbó a don Paco, y al que tuvo que hacer un esfuerzo para contestar. De nada valía el disimulo. Era menester contestar con franqueza, y don Paco, armándose de valor, contestó de esta suerte; Tienes razón en quejarte, hija mía.

Paco Ramírez, que no era hombre muy dado a perífrasis y rodeos, y que además creía que era urgente e indispensable una pronta explicación, dijo entonces: Braulio te ha engañado porque creía que le engañabas. No puede ser respondió Beatriz, subiendo la roja sangre a sus mejillas . ¿Quién ha inventado esa infamia? ¿Quién ha dicho esa locura? El mismo Braulio. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde le has visto?

Lo gracioso era que no me dejaban salir de allí, y a cada rato me decían so, so, so. Un sot dijo el diplomático . Pues sospecho que os llamaron tonto. ¡Oh iniquidad de la nación francesa! ¡Vea usted, Sr. D. Paco, lo que es un pueblo carcomido por el jacobinismo!... ¿Y no les dió usted un par de sablazos?

No es menester ser profeta ni adivino para sacarlos. Y además, ni yo estoy enamorada de don Paco, ni él quizá esté enamorado de . ¿Para qué el casorio? ¿Qué vamos ganando en ello? ¿No comprendes que me pide es por un extremo de delicadeza? Yo se lo agradezco; me lisonjea mucho la prueba de aprecio que me da; pero no paso de agradecida y de lisonjeada.

Temblaba don Paco de incurrir en el enojo de su hija, y aunque temblaba principalmente por el mismo enojo, no dejaba de recelar sus malas consecuencias.

»De usted depende mi dicha; pero no dude usted de que, aun desdeñado, seguirá siempre admirándola y amándola su afectísimo, PACO RAMÍREZInesita leyó esta carta con muy viva satisfacción, mostrándola en el carmín que animaba y encendía su rostro.

Pero sin duda no quería perder su dignidad de gran señora delante de nosotros, y mandándonos salir a todos, a sus hijas, a D. Paco, a los criados y a , se quedó sola. Un rato después sentí ruido de coches y mulas en la calle; luego una gran algazara en el patio, y al oír esto dióme un gran vuelco el corazón.

Paco narraba el lance con naturalidad, paseando de un cabo de la sala, la cabeza baja y las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Las jóvenes tertulianas se creyeron en el caso de ruborizarse. Todos reían menos Granate, que aún tenía en el corazón la broma del día pasado.