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A las indias repartían regularmente diez y ocho onzas de algodón a la semana, en dos porciones y en distintos días, las que traían en los mismos, seis onzas de hilo en dos ovillos.

Siempre te veo el mismo bordado, tía Liette. ¿Haces acaso lo que Penélope? No, señor burlón, no es la misma; pero no varío ni el dibujo ni los colores, y de este modo me parece que no envejezco y creo que vas a jugar con los ovillos o a ayudarme a devanar las madejas. Y soy todavía muy capaz. Prueba. No, ahora eres demasiado alto. Puedo bajarme. Y se puso de rodillas con las manos extendidas.

Y sobre las puertas de los cuartos, el artista, aludiendo discretamente al establecimiento, había pintado asombrosos «bodegones»: granadas como hígados abiertos y ensangrentados, sandías que parecían enormes pimientos, ovillos de estambre rojo que intentaban pasar por melocotones.

Era éste un vejete español que vivía de la caridad pública, y a quien en Lima conocían con el apodo de Ovillitos. El apodo le venía de que en una época entraba de casa en casa vendiendo ovillos de hilo, hasta que un día resolvió cambiar de oficio sentando plaza de mendigo.

Sólo ella encuentra natural que los pájaros se posen sobre su hombro o acompañen con sus trinos las fervorosas canciones que improvisa al son de la vihuela; o que, en los días de gran necesidad, cuando su madre o sus hermanas se sienten enfermas, maravillosas labores aparezcan, en un instante, bajo su aguja, recubriendo una a una las telas, sin agotar los ovillos.