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A los treinta había visto, como Salomón, cuncta quae flunt sub sole, pero no comprendía, como él, que todo fuese vanidad y aflicción de espíritu, sino que lloraba como Alejandro, porque no había otro mundo de goces que disfrutar; y seco su corazón, embotada su inteligencia por el prematuro desarrollo de sus pasiones, arruinada su casa por locas prodigalidades, era un fruto podrido que no había madurado nunca, un hombre en la flor de la vida a quien faltaba el objeto de la vida, un ruinoso despojo del placer y la impiedad, que no interrogaba como Hamlet lo eterno, sino que se arrastraba por todos los rincones de lo terreno, buscando un charco de placeres desconocidos en que zambullirse y revolcarse y gozar...

Manifesté temores de que enterase a D.ª Tula de nuestra conversación, pero Gloria me tranquilizó afirmando que en Sevilla nadie hacía traición a dos enamorados. Los serenos menos que ningún otro se fijaban en estos coloquios a la reja, que estaban viendo todas las noches. En las criadas también tenía confianza.

La joven se ruborizó ligeramente y replicó con viveza: He leído en El Conde de Montecristo que el tabaco turco era un perfume y yo que aquí, a la vista de las riberas de Turquía, no se fuma de otro. No se trata de esos nauseabundos cigarros que usaba usted y cuya sola vista me hace daño.

No abras la boca sino para decir mil pestes de las futuras Cortes, de la libertad de la imprenta, de la revolución francesa, y ten cuidado de hacer una reverencia cuando se nombre al rey, y de decir algo en latín al modo de conjuro siempre que citen a Bonaparte, a Robespierre o a otro monstruo cualquiera.

Don José compró dos pitos, uno para Riquín y otro para él, y ambos estuvieron pita que te pitarás todo el santo día. Si hubieran dejado a Isidora hacer su gusto, habría comprado lo menos dos docenas de botijos, uno de cada forma. Pero no compró más que cuatro.

Me encuentro en esa fatídica línea que separa la juventud de la edad madura... Si resbalo, en ese período de la existencia, llevando a él las pasiones y los hábitos de los pasados días, no puedo hacerme ilusiones sobre el porvenir que me espera... Me parece que tengo algunas nociones siquiera de honor y de buen gusto... además, profeso instintivo horror a todo lo que es falso y bajo... y, sin embargo, si me abandono al ciego destino en estos momentos de crisis, vislumbro un futuro que hiere todas mis singulares aprensiones... Entreveo en el horizonte amores de decadencia, una juventud artificial obstinándose en combatir en vano contra las advertencias y las humillaciones de la edad... secretas operaciones de tocador tan vergonzosas como inútiles... alguna vieja amante legítima in extremis... y otras mil cosas del mismo género, a las cuales, es cierto, amigo mío, que en nada me cedían cuanto a delicadeza, han concluído por resignarse mansamente... Pues bien, mi buen Fabrice, cuanto más reflexiono acerca del medio de escapar a este triste futuro, tanto más me convenzo de que no hay otro medio sino seguir la trillada senda de nuestros antecesores.

El teatro entero hacía un solo comentario. A nuestro lado, teníamos dos jóvenes impertinentes que conversaban, sin conocernos, con toda desfachatez. El viejo, aquél, el que ahora se le acerca; le decía uno de ellos al otro... No puede ser... contestaba éste. Te digo que ; ese es el novio... que toupet de mujer. ¿Pero estás seguro?

Yo os aseguro que Madama Ester habría sabido entonces lo que era bueno. Pero qué le importa á esa zorra lo que le han puesto en la cotilla de su vestido. Lo cubrirá con su broche, ó con algún otro de esos adornos paganos en boga, y la veremos pasearse por las calles tan fresca como si tal cosa.

Bajo la impresión de estas ideas fue que recibió al marqués cuando fue a casa de ella al otro día en la hora que la vizcondesa le había fijado. Pierrepont se presentó muy serio, y su hermoso rostro, aunque un poco alterado, no conservaba traza alguna de aquella perversa risa que se apoderara hacía tiempo de su semblante a guisa de mueca nerviosa.

Por esto se dijo: No hay amigo para amigo: las cañas se vuelven lanzas; y el otro que cantó: De amigo a amigo la chinche, etc.