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Estos retrasos injustificados comenzaron a notarse en el colegio; los chicos se pusieron en observación y al instante se propalaron entre ellos mil especies, absurdas unas, verosímiles otras, pero todas graciosas.

Su nariz destilaba menos que las de sus compañeras de oficio, y sus dedos, rugosos y de abultadas coyunturas, no terminaban en uñas de cernícalo. Eran sus manos como de lavandera, y aún conservaban hábitos de aseo. Usaba una venda negra bien ceñida en la frente; sobre ella pañuelo negro, y negros el manto y vestido, algo mejor apañaditos que los de las otras ancianas.

Pero examinémoslas confundidas unas con otras, pues toda clasificación regular, ordenada y simétrica, está reñida con el Arte. ¿Quién no conoce y admira á Granada, aunque no la haya visitado nunca?

En algunas será tal vez un defecto natural, en otras una afectacion vanidosa por hacerse del pensador, y en no pocas falta de hábito de concentrarse.

Y al decir esto, miraba al profesor de Derecho, el cual se sonreía con ese aire modesto y reservado que se considera como discreto, y que quiere decir: otras muchas podría contar si quisiera. ¿De veras? exclamé.

Estos reproches no eran amargos como otras veces, sino resignados, sumisos, y contenían una suprema súplica. El último vestigio de su orgullo había muerto, y la elocuencia le venía de la sinceridad de su espíritu fecundado por el sufrimiento.

Las mieses de un terreno indican el estado de las de otro; y este indicio puede expresarse en una proposicion condicional; ¿por qué? ¿es acaso por razon de la causalidad del estado de unas mieses respecto al de las otras? por cierto; sino porque las circunstancias del clima y de la tierra, producen entre ellas un órden de tiempo bastante fijo, para verificar la proposicion condicional, sin que intervenga la idea de causalidad de la una con respecto á la otra.

Allí estaban las jardineras: hermosas unas, con la esplendidez de las vírgenes morenas; viejas y arrugadas otras, con esa fealdad de bruja que es final rápido e inesperado de la belleza de las razas meridionales. Acostumbradas todas ellas a la vida común con las flores, tratábanlas con confianza ruda y desdeñosa.

¡Ni mejor ni peor, bobalicona! ¿No ves que Regalado quiere divertirse á vuestra costa y hacer reir á la gente? exclamó con ímpetu la avinagrada Jeroma. Respondió Pacha con otras palabras no menos resquemantes y comenzó una batalla de sarcasmos y denuestos que Regalado procuraba atizar para que no se extinguiese tan presto. La alegre tertulia gozaba en el altercado.

Lo decía con tal humildad, con un deseo tan vehemente de ver admitido el ruego, que el hijo no osaba repeler su acompañamiento. Para callejear con Argensola tenía que escurrirse por la escalera de servicio y valerse de otras astucias de colegial.