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Ya desde él, al apearse del carruaje, se ve a la entrada de la sala, donde hay un doble recodo para poner dos otomanas, como si hubiese allí ahora un bosquecillo de palmas y flores. En un cuarto dejan las señoras sus abrigos y enseres, y pasan a otro a reparar del viaje sus vestidos o a cambiarlos algunas por los que han enviado de antemano.
Esto no lo sabrá nunca un poca-cosa, un pisa-hormigas que me está predicando tres horas porque puse o no puse siete garbanzos más en el cocido; esto no lo entiende quien no ve más allá de su sueldo mezquino, y está temblando de que le den una cruz por no comprar las insignias; quien no quiere ser gobernador de una provincia; quien se opone a que el aguador me suba dos cubas más de agua, porque, según él, con mojarse el palmito ya basta; quien sostiene que no necesito más que diez y ocho varas de tela para un vestido, y me recomienda que adorne los sombreros de los niños con cinta damascada de la que usan los licenciados del ejército para colgarse el canuto; quien sostiene que el pelo de cabra es más bonito que el gro, y llama cargazón a las capotas sólo porque no son baratas; quien no me deja arreglar la bata con cintas otomanas y se atrevió a proponerme que utilizara las cintas amarillas de los mazos de cigarros del primo Agustín...».
Ora en fin, al rumor de las fuentes y al canto de los pajarillos habitadores del jardin, se reposa con deleite, sentado en otomanas de mármol, bajo las cúpulas de lindos pabellones de estilos diferentes, construidos en el centro de aquellos retretes de verdura que parecen evocar las sombras de las sultanas y las tradiciones de la civilizacion morisca. El Alcázar es un delicioso monumento.
Palabra del Dia