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RUIZ. Señor, ya el Conde marchando con la gente de su bando se dirige a Castellar. Todo lo lleva a cuchillo y por los montes avanza, sin duda con la esperanza de poner cerco al castillo. MANRIQUE. No osarán, que son traidores, y es cobarde la traición. RUIZ. Estas las noticias son que traen nuestros corredores.

Pero no pueden decir palabra! gritó Sarto con expresión de triunfo. Los tenemos en nuestro poder. ¿Cómo han de denunciarle a usted sin denunciarse a mismos? ¿Osarán decir al país: «Ese hombre es un impostor, porque al verdadero Rey lo tenemos nosotros prisionero y hemos asesinado a su servidor?» ¿Pueden hacer tal cosa? La situación se me apareció de repente con toda claridad.

Su carácter imperioso y la alegría del triunfo hacían centellear su mirada. ¡Qué gran victoria...! El templo era su casa, y volvía a él tras larga ausencia, con toda la majestad de un dueño absoluto que podía aplastar a los esclavos maldicientes que osaran atacarle.

Bracamonte, reconociendo al pronto la voz, replicó sin vacilar: Ya sabe vuesa Reverencia que, según los antiguos, la pendiente de la tiranía todo está en empezalla; y si a tal se atreven con Aragón, que tan celosamente ha guardado hasta aquí sus libertades, ¡qué no osarán luego con nosotros, que estamos ya harto desplumados y listos para la olla! Ramiro sintió que le apretaban el brazo.

Luego de estas explicaciones quedaron los dos en silencio, agarrados a la reja, sin que sus manos osaran encontrarse, mirándose de cerca a la luz difusa de las estrellas, que daba a sus ojos un brillo extraordinario. Era el momento de mutua contemplación y silenciosa timidez de todos los amantes que se ven después de una larga ausencia. Rafael fue el primero en romper el silencio.

Ninguno se había perdido en el viaje; todos estaban: la Moñotieso, famosa cantaora, y su hermana; su señor padre, un veterano del baile clásico que había hecho tronar bajo sus tacones los tablados de todos los cafés cantantes de España; tres protegidos de Luis, graves y cejijuntos, con la mano en la cadera y los ojos entornados, como si no osaran mirarse por no infundirse espanto, y un hombre carilleno, con sotobarba sacerdotal y unos tufos de pelo pegados a las orejas, guardando bajo el brazo una guitarra.

»DON LUIS. La materia es bonissima para principiantes: pues aunque se yerre la traza, y aya descuido en las coplas, no osaran perder el respeto al Santo con gritarla, siendo forzoso tener paciencia hasta el fin. »DOCTOR. ¿Como paciencia? Dios os libre de la furia mosqueteril, entre quiē si no agrada lo que representa, no ay cosa segura, sea divina, ó profana.