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Perdón, perdón, María, si estas palabras que rebosan de mi corazón ofenden la inocencia de vuestros sentimientos, tan puros como vuestra voz. También he padecido yo cuando padecíais vos. Ya veis repuso ella bostezando que no ha sido cosa de cuidado. ¿Queréis, María le preguntó el duque , que os lea los versos? Bien respondió fríamente María. El duque leyó una linda composición.

29 Así dijo el rey: No os engañe Ezequías, porque no os podrá librar de mi mano. 30 Y no os haga Ezequías confiar en el SE

¿Qué cosa puede haber que os disculpe de haberme venido á buscar de una manera tan pública? dijo severamente Montiño. ¡Bah! señor Francisco: nadie tiene nada que decir de contestó sonriendo de una manera sesgada Cornejo ; si en mis tiempos fuí un tanto casquivano, y no supe guardar el bulto, ahora todo el mundo me conoce por hombre de bien y buen cristiano.

Pues por esa misma razon acaso hay aquí algo de confusion. ¿No os he dicho ya que siempre habia notado variedad en mis viages?

Si yo no las cuento para decir que... que esté bien hecho eso de... de prender fuego y afusilar.... ¡No, caramba!, ¡no me entendéis, no os da la gana de entenderme!

Os he referido esa sencilla historia, para que sepáis cuáles fueron los motivos que determinaron mi vocación, y cuáles las desgracias que labraron en esta fuerza para los sufrimientos, este desdén con que miro las grandezas humanas.

Tal vez estas consideraciones, unidas á las sonrisas de Eva y al humilde silencio con que Adán acogió las reprimendas del Señor, ablandaron el corazón de éste. Pareció arrepentirse de su anterior severidad, y añadió con un tono de benevolencia: No esperéis que os perdone, permitiendo que volváis á disfrutar por segunda vez los placeres del Paraíso.

Habéis abofeteado á un hombre, ignoro con qué motivo: ese hombre os ha pedido que le desagraviéis riñendo con él, y vos habéis aceptado; yo era el único hombre de espada que estaba presente, y me ofrecí... Y yo he aceptado... gracias dijo seca y brevemente Juan Montiño.

No os apuréis, buena mujer, que yo espero mejorar algo el cuadro, dijo Roger, si vos me dáis los colores y pinceles del artista Ferrus.

Mucho te quiero, hijo, pero aquí nadie manda mas que yo... ¡Ah, gabacho! Eres igual á todos los de tu tierra: centavo que pilláis va á la media, y no ve más la luz del sol aunque os crucifiquen... ¿Dije cinco pesos? Le darás diez. Lo mando yo, y basta. El francés pagaba, encogiéndose de hombros, mientras su suegro, satisfecho del triunfo, huía á Buenos Aires.