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Después de haber saludado cortésmente a la jovencita se volvió hacia su amiga, y murmuró: Vuestra venida a mi casa me indica que Mathys os ha halado. ¿Cómo han pasado las cosas? ¿Quedaréis en Orsdael? Marta le hizo comprender por una seña misteriosa que no podía hablar de esas cosas delante de la señorita. Paseó la vista por todos los puntos del jardín.

Acabaréis de una vez gritó la señora de Bruinsteen . Ya habéis dicho vuestra última palabra en Orsdael. Vamos, ¿queréis marcharos? ¿ o no? Y como Marta siguiera de rodillas y llorara tendiéndole los brazos, se puso de pie violentamente, la empujó rabiosa y le dió como adiós un golpe tan violento, que la pobre Marta se golpeó contra la pared y permaneció un instante aturdida.

Ay, señor suspiró Catalina con una tristeza verdadera , ¿por qué me habéis arrancado esta revelación? No voy a ser capaz de mostrarme a los ojos de mi amiga después de semejante deslealtad. Pero no, os alarmáis sin motivo. Marta, por el contrario, debe estaros agradecida. Sin vos yo hubiera cometido una injusticia; mañana mismo habría recibido la orden de dejar Orsdael para siempre.

Reducida por la necesidad a emplear un medio extremo, creyó que debía salvar a su amiga de una mentira, y ahora esa mentira se iba a volver contra ella para asestarle un golpe irreparable y hacerla echar de Orsdael. Al caminar se hablaba a misma y se torturaba el espíritu a fin de reparar, si era posible, el mal que había hecho involuntariamente.

Y puesto que Marta había emprendido una lucha legítima contra los ladrones y verdugos de su hija, ¿por qué retrocedería ante el papel que tenía que proseguir, cuando la libertad de su pobre Laura podía ser el precio de ese nuevo sacrificio? Catalina llegó pronto al llano en medio del cual se levantan las torres de Orsdael, y, desde la elevación en que se encontraba, miró hacia todos los lados.

Era una fatalidad implacable que pesaba sobre ella desde que había pisado a Orsdael; tenía que disimular, fingir, mentir siempre, lo mismo a su hija que a sus indignos verdugos. Permaneció un momento inmóvil, absorta en sus sombríos pensamientos. Luego, de golpe, irguió la cabeza.

Trató de sonreír a la vez que balbucía un agradecimiento; pero, a pesar de sus esfuerzos, podía leerse en su fisonomía una inquietud cruel. Me imagino que teméis perder vuestro empleo después de la partida de Elena; estáis equivocada, Marta; he convenido con Mathys que permaneceréis en Orsdael hasta vuestro casamiento, y aun después, si así lo queréis. Me agradaría mucho que hicierais esto último.

Sería generoso de vuestra parte continuó Catalina , que considerarais de vuestra parte la timidez de Marta. No podréis darle mayor prueba de afecto que contentaros con la revelación que me habéis arrancado... Por Dios, señor, os lo ruego, no le habléis de amor. Ofenderíais su honesta reserva, y no debo ocultároslo, y se marcharía de Orsdael para preservar su honor de toda apariencia de debilidad.

Hay un medio infalible de convenceros de que vuestras sospechas eran infundadas. Voy a hacer llamar a Marta. ¡Es inútil! exclamó el intendente . Marta ya no está en Orsdael. Esta noche ató las sábanas a las varas de su ventana, y huyó del castillo. Sabe Dios si ya no está a cuatro o cinco leguas de aquí... ¡Con nuestro secreto! ¡Ay de nosotros! ¿Qué nos irá a suceder?

Me dirán lo que tengo que hacer, y vendrán conmigo a Orsdael a oponerse a la partida de Elena. Vive a dos leguas de aquí; es de noche, no conozco los caminos, tengo miedo de que me suceda algo.