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Así llegó lentamente a la tienda de campaña objeto de admiración de los bañistas modestos reducidos a una simple caseta decorada con oropeles chillones o con adornos japoneses baratos.

Milord dije dando a mis palabras toda la serenidad posible usted debajo de ese humor melancólico, debajo de los oropeles de su imaginación tan brillante como loca, guarda sin duda un profundo sentido y un corazón de legítimo oro, no de vil metal sobredorado como sus acciones. ¿Qué quiere usted decirme? Que una persona honrada como usted sabrá reparar la más reciente y la más grave de sus faltas.

Las luces del altar, al reflejarse en los oropeles de un luengo cortinón rojo que servía de dosel a la Virgen, brillaban estrellas tembladoras de aquella dulce obscuridad, indicando adónde debían dirigirse los piadosos ojos. Al poco rato de estar allí, parecióme aquel interior menos obscuro y comencé a ver distintamente todos los objetos.

Multitud, tropa, caballos, uniformes, penachos, colores, oropeles y bullicio le mareaban de tal modo, que no veía más que una masa movible y desvaída, semejante a los cambiantes y contorsiones del globo de agua que había estado mirando momentos antes.

Dejé el barco de vapor y salté en tierra, como quien sale a escape del teatro, donde ha visto una féerie, un precioso baile de hadas, antes de que se disipe la ilusión escénica y no se vean sino los oropeles, la ruda maquinaria, los telones y bambalinas y los comparsas y figurantes untados de colorete, que la han promovido. Entonces me afligió separarme de D. Pepito.

Sin pan y sin esperanza, y sola en el mundo, sola; en los principios viviendo, con llanto, de las limosnas; rechazando altiva y pura, si la buscó, á la deshonra; brava su sino arrostrando, errante como una hoja que del árbol desprendida va allí donde el viento sopla; con su tesoro cargada, y libre como una alondra, danzando cual bayadera, cantando cual trovadora, diciendo las buenas hadas en natalicios y bodas; vendiendo filtros de amores y oraciones milagrosas; ornando con oropeles, collares y falsas joyas su portentosa hermosura; sin más amor que su ansiosa pasion por su pobre hijo; por valles, cerros y lomas, parando en las alquerías, en las villas populosas, y en las altivas ciudades que de torres se coronan; marchitando su hermosura las fatigas, las zozobras, y de su llanto apenado la corriente silenciosa, y de su dormir inquieto las sombras aterradoras, á la juventud viril llegó de Ataide, ya rotas sus fuerzas, su juventud, y con canas presurosas la pálida frente ornada, anciana ya áun siendo moza.

¡Que tengas buena suerte! Y contempló con ojos amorosos el carruaje que se alejaba seguido de un grupo de pilluelos, embelesados en la contemplación envidiosa de los oropeles de los lidiadores. Al quedar sola, la pobre mujer subió a su cuarto, encendiendo luces ante una imagen de la Virgen de la Esperanza. El Nacional iba en el coche, cejijunto y sombrío, al lado de su maestro.

Tragomer vestido de tela blanca y llevando en la cabeza el casco colonial de corcho, saltó con ligereza á las losas mojadas de la escalera y subió al muelle. Una bandada de canacos vestidos de sórdidos oropeles se agolpó delante del viajero. El sargento exclamó rudamente. ¡Atrás! atajo de brutos...

Luego un gracioso, no de mal dictamen, Sentado en un baúl la hizo esta arenga, Esta arenga que puede ser vexamen: Vuesa merced, señora Doña Menga, Ya que ha dexado el mundo y sus verdores, Como á Dios plugo, enhorabuena venga. Si piensa que ha venido á coger flores, Porque nos ve listados de oropeles, Está metida en un serón de errores.

Todo en su historia pasada le parecía falso y artificial, como la vida que se muestra en los escenarios, pintada y cubierta de oropeles bajo una luz engañosa. Nunca había de volver a ese mundo de ficción. La realidad era lo presente. Al llegar al porche encontró reunidos a los cortejantes, que parecían discutir con voz ahogada. Al verle callaron instantáneamente. ¡Bona nit! Nadie contestó.