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Sonreía Cervantes oyendo a Margarita, como quien sonríe cuando escucha las raras quimeras de un sueño que se relatan, y asiéndola dulcemente una mano y mirándola amoroso, la dijo: Aunque yo no tuviera más valor que el que el encanto de vuestra hermosura y el amor que me mostráis me infunden, dígoos que no ya ese capitán, que de tal modo os espanta, sino el mismísimo Orlando con toda una cohorte de encantadores y vestiglos, no bastaría para contrarestar el poder de mi brazo, que vengada ha de haceros, mal que le pese al brío y a la fama de vuestro enemigo; y tened más confianza en el aliento de quien bien os ama, y no tembléis ni empalidezcáis, mi dulce señora, que en verdad os digo que para vos y para han empezado ya días más bonancibles de amor, de ventura y de esperanza.

En los tableros inferiores se destaca, en alto relieve, la historia de aquel Hugo de Portinaris que, después de defender heroicamente la fortaleza del Borgo, fué degollado, junto con su mujer y sus dos hijas, por el victorioso y sanguinario Orlando Testaferrata.

El Orlando innamorato, de Boyardo, era conocido en España hacía ya tiempo por dos traducciones en castellano. La más antigua, en prosa, lleva el título de Espejo de caballerías, Sevilla, 1535, 1536; la segunda es de Francisco Garrido de Villena: Alcalá, 1577, y Toledo, 1581.

Calderón ha incluído en su poesía, cuyo fundamento es la Odisea, X, 135 á 574, y XII, 8 á 141, algunos rasgos de esas formas románticas de la tradición antigua, particularmente de La Jerusalén libertada, cap. 16, y de El Orlando furioso, cap. 6.º Rejuvenecida por completo con todos sus encantos se muestra en este drama la antigua fábula; pero, en lo general, bajo una forma nueva, y llevando el sello romántico.

En este caso es dable decir del comento erudito lo mismo que del filosófico: a saber, que dicho comento cabe tanto como en el FAUSTO en el Quijote. También en el Quijote hay quien investigue si tal pasaje se tomó del Amadís o del Orlando, si tal cuento o sentencia proviene de Conon sofista o de la Leyenda áurea.

El asunto proviene en lo más esencial del Orlando innamorato, de Boyardo, tomo II, cap. 1.º, 70 y siguientes, y de Ariosto, 36, 26-28, 59 y siguientes; y, aunque con muchas variaciones, hacen sospechar que Calderón no bebió inmediatamente en las fuentes indicadas, sino en libros españoles, en los cuales se desenvolvía la tradición primitiva.

Y no se me replique en esto, si no fuere con las condiciones que puso Cervino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decía: nadie las mueva que estar no pueda con Roldán a prueba.

Buen olor tiene tu cuento. ¿Y quién era ella? No lo ; don Rodrigo me había dicho solamente: si sale de palacio una dama ancha de hombros, alta de pecho, gentil y garrida, manto á los ojos, y halda hasta el suelo, sigue á esa dama. He aquí unas señas capaces de volver el seso á Orlando Furioso. ¿Seguiste á la dama? Iba á hacerlo cuando llegó don Rodrigo. ¿Ha salido? me preguntó.

A veces, los profesores alternaban con ellos en estos juegos y llegaban a interesarse y a herirse en el amor propio; el capellán, principalmente, ya sabemos que se jactaba de sobresalir en toda clase de ejercicios corporales, y creía poseer las fuerzas de Sansón; así que le pinchaban un poco, se despojaba de los manteos y la sotana y se ponía a dar brincos como un zagal, cogía a los bueyes de las carretas por los cuernos, sacudía los árboles, enseñaba los brazos, levantaba los chicos a pulso y ejecutaba otras prodigiosas hazañas que recordaban las celebradas de Orlando furioso.

Y Ariosto, con la leyenda El Perro precioso, inserta en el Orlando, le disculpa mucho más. Yo no le disculpo, pero le excuso, aunque no sea más que por el desinteresado amor y la admiración sincera que infunde el hombre rico, como no sea una bestia, aun en las almas más escogidas y nobles.