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Alzale la reyna de Babilonia, y le sienta cabe en la orilla del arroyo, enxugando una y mil veces sus ojos que siempre en frescas lágrimas se bañaban.

Y luego, con mucho cuidado, hizo un ramo de nomeolvides. «¿Para quién es ese ramo, Piedad?» «No , no para quién es: ¡quién sabe si es para alguien!» Y lo puso a la orilla de la acequia, donde corría como un cristal el agua.

Una tenue nube de azulada neblina que se remontaba entre las copas de los árboles indicaba que había excepcionalmente en aquel bajo fondo del llano algo semejante a una corriente de agua; una larga avenida, especie de prado pantanoso rodeado de sauces se extendía desde la casa hasta la orilla del mar.

Obedeció ésta sin gusto, sólo por complacer á la que tantas pruebas le había dado siempre de cariño. Cuando regresaron á casa iba á comenzar el crepúsculo. Detuviéronse orilla del río en un paraje sombreado de avellanos, donde se tomaba la barca, y esperaron que ésta volviese de la otra orilla. De improviso se presentó en aquel sitio Nolo, que también quería atravesar el río.

Cuando Isidro salió del depósito, siguiendo la roja tela, vio la orilla del río, el puente y la glorieta de Toledo cubiertos de blusas blancas, de sombreros y gorras que se elevaban, dejando las cabezas al descubierto al paso del ataúd.

Que era lo que estaba haciendo Paquito con Edelmira, su prima. La robusta virgen de aldea parecía un carbón encendido, y mientras don Juan, de rodillas ante doña Inés, le preguntaba si no era verdad que en aquella apartada orilla se respiraba mejor, ella se ahogaba y tragaba saliva, sintiendo el pataleo de su primo y oyéndole, cerca de la oreja, palabras que parecían chispas de fragua.

Las fuerzas carlistas contestaban débilmente al cañoneo: debían tener pocas piezas y de escaso alcance, porque sus tiros iban a estrellarse en un ribazo situado por bajo de los cerros, casi en la orilla del río, produciendo los cascos de granadas, al caer en el agua, anchos círculos de ondas que se estrellaban en las márgenes.

Volvió a leer el texto del telegrama, fechado en Jersey... ¡Jersey! Liette creyó estar viéndole desembarcar del vapor en el puerto de Granville... ¡Dejaba entonces una mujer y un hijo en la otra orilla! Y como una espesa niebla que se disipa de repente ante las brillantes flechas del astro del día, una luz cruda, brutal y deslumbradora cegó sus pobres ojos que ella tapaba en vano para no ver...

Una escollera interminable, una muralla más larga que la ciudad, se extendía paralelamente á la costa, y en el espacio entre la orilla y este obstáculo, que obligaba á espumear y rugir á las olas, se extendían los ocho amplios puertos, comunicándose entre desde el llamado de la Joliette, que era el de acceso, hasta el lejano de la Estaca.

Ponderaban los muchos gastos que ocasionaba; la esterilidad de la tierra, que solo era útil en los cortos y reducidos pedazos que en la orilla del rio bañaban sus innundaciones, no suficientes á mantener una poblacion.