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El médico atraía las miradas y las preguntas de todos los convidados. Era un original que despertaba interés, viviendo como un solitario en la montaña, en medio de la gente de las minas, de la que se hablaba con cierto miedo en aquel interior elegante y rico.

Creereis tal vez que ese filósofo original es como muchos cortesanos, en la apariencia desinteresados é independientes, y en realidad tan flexibles al poder como solícitos en su propio negocio: todo al contrario, arrostrará por la verdad y la justicia la cólera de su rey.

Verdad es que eran una pareja original y simpática, y no tardamos en ser buenos amigos.

¿Y usted cree que está enamorada realmente de ese niño que parece una colegiala del Sagrado Corazón? ¡Vaya usted a saber! Clementina presume mucho de original. Esta última aventura la acredita de ello.... Mire usted qué miraditas tiernas le está echando el bebé desde lejos.

Ya he dicho que el genio del escritor se reconoce sobre todo por la creación de tipos y que ningún carácter de invención se convierte en tipo si no presenta esa expresión de individualidad original, pero asequible, que la hace familiar a todo el mundo. ¿Quién de vosotros no conoce a Don Quijote y a Sancho? ¿quién no se complacerá en creerlos trotando juntos, el uno sobre Rocinante, el otro sobre su rucio, por las llanuras de la Mancha? ¿quién, encontrándose en España, no abandonará a costa de grandes molestias, los animados corros de la Rambla o las voluptuosidades del Prado para ir a buscar el inmortal espíritu de los dos héroes a alguna posada?

Y cogiendo del brazo á Basilio que le escuchaba sin comprenderle en todo, le condujo al laboratorio donde encerraba sus productos químicos. Sobre una mesa se encontraba una gran caja de chagrin oscuro, parecida á las que contienen las vajillas de plata que se regalan entre los ricos y los soberanos. Simoun la abrió y descubrió, sobre fondo de raso rojo, una lámpara de forma muy original.

Yo me voy, que tengo mucho que hacer». Metiose el original moralista en su simón, y apenas había llegado a la Plaza de los Carros, empezó a sentir en su alma una inquietud inexplicable.

Leopoldina Pastor alborotada por ciento, proponiéndose referir a Octavio Feuillet la historia de la cadina para que escribiese un cuento original, y lamentándose de que Jacobo Sabadell no apareciese por ninguna parte, aguardándole todos tan impacientes para tributarle el justo homenaje de admiración que su novelesca aventura les inspiraba, tan distinto del frío recibimiento con que le habían acogido la víspera.

El original de este Reglamento, que poseo, da exacta idea de lo que eran aquellas tertulias del famoso Café del Turco, y ofrece una nota bien característica de la época en que fué redactado. La forma en que se hacía la lectura está bien expresada, pues en el artículo tercero se lee que «la pieza destinada para el efecto, es en la que antes estaba la mesa del billar.

Y así era el Marquesito original, vestía a la moda, según la entendía su sastre de Madrid, que le tomaba en serio, que le cuidaba, como a parroquiano inteligente y de mérito. No exageraba ni por ajustar demasiado la ropa ni por dejarla muy holgada, ni se excedía en los picos de los cuellos, ni en las alas de los sombreros. Procuraba tener estilo indumentario para no parecerse a cualquier figurín.