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También los tenzone, ateniéndonos á su forma, hubieron de recitarse por varias personas, aunque esta circunstancia sea la única que tienen de común con el drama, puesto que su índole peculiar, reducida á simple alarde de ingenio en el ataque y la defensa, está muy distante de ser una acción ordenada y capaz de representarse.

Los judíos, pues, conociendo al rei, le hicieron la oferta de treinta mil ducados, con tal que revocase él i su esposa la cédula ordenada para su espulsion; i como estuviese ya dispuesto por el sabor del dinero á dejarse vencer de las instancias de los hebreos, i fuese sabido este propósito por el inquisidor Torquemada, valióse este bellaco de la confianza que le daba la autoridad de confesor del rei, para entrar en el aposento suyo, llevando encubierto en sus hábitos la imágen de Cristo crucificado, la cual descubrió diciendo: Júdas vendió una vez al Hijo de Dios por treinta dineros de plata.

Con que dos cosas debe hacer el que quiere acertar: la una dirigir bien los actos mentales, rectificar el juicio, perficionar la razon: la otra sujetar su voluntad, no á lo que sugiere el amor propio y las pasiones, sino al dictamen de la razon bien ordenada. Esto basta para el uso de la Lógica: los que quieran instruirse mas, lo podrán hacer con la Filosofía Moral.

Lo repito: aunque me diesen dos mil; aunque me diesen tres mil... Admiraba Maltrana la facilidad con que esta joven repetía entre muecas de desprecio las cifras de miles y miles, ella que, semanas antes, en su pisito de la Avenida de Ternes llevaría indudablemente la cuenta del gasto diario con el esmero de una mujer ordenada, aunque de mala vida, que desea hacer ahorros para la vejez.

Le hacía daño, como un remordimiento, la simplicidad con que la pobre señora formulaba sus quejas y el engaño en que vivía. ¡Creer rica á Elena! ¡Imaginarse que él podía imponer á su esposa una vida ordenada y económica, como lo había intentado repetidas veces al principio de su existencia matrimonial!... La entrada de Elena en la biblioteca cortó sus reflexiones.

Desde que, siendo estudiante D. Ambrosio y ella hija de la pupilera en cuya casa D. Ambrosio se hospedaba, ambos se amaron y se casaron, había sido fiel, sufrida y hacendosa compañera de aquel hombre, gobernando la casa y cuidando de todo con ordenada economía y dando a D. Ambrosio, sin molestarle ni ofender su orgullo, los más juiciosos consejos.

El amueblado de las habitaciones, lo mismo que los trajes de todos ellos, revelaban una existencia modesta pero ordenada, digna y con cierta distinción. Conmovido el ingeniero por las visiones que él mismo iba creando, hizo un esfuerzo para arrancarse á ellas, y siguió escribiendo la carta que tenía empezada sobre la mesa: «Pronto volveré á veros.

Quintil. lib. 8. Instit. S. August. de Doctr. La claridad pide, que nada se omita de lo que pueda conducir á penetrar los asuntos, porque á veces la omision de una pequeña circunstancia estorba averiguar una verdad importante. De suerte, que para que la brevedad sea bien ordenada se han de evitar dos excesos, es á saber, la superfluidad, y la concision.

Abrió D.ª Gregoria la puerta, y penetraron en ordenada falange como una docena de personas de uno y otro sexo, y de diferentes edades y fachas, las cuales personas eran los vecinos más adictos al Gran Capitán, y además entusiastas creyentes de sus noticias, por lo cual acudían todas las mañanas cuando aquél regresaba de la oficina, con el anhelo de saciar en la fuente más pura y cristalina la ardorosa curiosidad que entonces devoraba a los habitantes de Madrid. ¿Debo detenerme en enumerar a tan dignas personas? ¿Para qué, si el lector no necesita conocer al lañador, ni al talabartero, ni tampoco a D. Roque, el arruinado comerciante, ni al Sr. de Cuervatón, ni menos a las niñas de la bordadora en fino?

Pero a los pocos días, en todo el barrio no se hablaba de otra cosa, con un orgullo de vecindad. ¡Y poco hermosa que iba a salir este año la Macarena!... Despreciaban a los ricos del Gran Poder con su procesión ordenada y sosa, y se fijaban únicamente en sus rivales del otro lado del río, los bullangueros de Triana, que tan satisfechos estaban de su Nuestra Señora del Patrocinio y el Cristo de la Expiración, al que llamaban el «Santísimo Cachorro».