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Pero estaba tan hermosa y su marido la encontraba tan alegre, que con el amor frenético que la profesaba no le hubiera rehusado ni la sangre del corazón si un día se la pidiera después de un beso de amor largo, oprimido, espasmódico, como los que le daba cuando tenía que pedirle una rivière de brillantes o una sociable de doble suspensión.

Encontrarle ahora, en la soledad de la calle, le alegró; se sentía tan oprimido por la angustia, que necesitaba el desahogo de una confidencia, y a nadie sino a él hubiese querido encontrar; se hubiera avergonzado de comunicar su desdichada situación a cualquiera de sus actuales amigos. Volvió Lagos la cabeza, reconoció a su antiguo compañero y le estrechó fuertemente la mano.

Si tuviéramos valor para ello, averiguariamos en dónde te entierran, y antes de volver á nuestro país, iriamos á despedirnos de tus cenizas. Mi mujer llora, y yo tengo el pecho oprimido. Juro que no he de partir de esta ciudad, sin escribir al estudiante de Estrasburgo, noticiándole la desgracia de una mujer que él no merecia.

El mismo instrumento de muerte sirve para el monarca ó el tirano que lo inventó, como para el súbdito oprimido; para el mártir generoso, como para el malvado. El hacha destruye una ó muchas cabezas; jamas una idea, un principio ó un interés social.

Sobre el rumor del gentío, que encerrado y oprimido en tan estrecho espacio tenía bramidos de amor tempestuoso, destacábase el agudo chillido de la aterrada gallina, el arrullo del palomo, el trompeteo insolente del gallo, matón de roja montera, agresivo y jactancioso, y el monótono y discordante quejido del triste pato, que, vulgar hasta en su muerte, sólo conseguía atraerse la atención de los compradores pobres.

Allí estaba todavía, con el corazón oprimido, buscando un camino, cuando la puerta de entrada se abrió bruscamente y dos grandes molosos, manchados de amarillo, se precipitaron hacia . Lancé un grito. Los monstruos me saltaron encima, olfatearon mis ropas y volvieron a salir lanzando furiosos aullidos.

Un pueblo oprimido, que sacude con dignidad sus cadenas, respetando los últimos mandatarios de un poder expirante, presenta un fenómeno, talvez único, en la série de los grandes acontecimientos que han conmovido el mundo. Las agresiones y los tumultos, que suelen ser los precursores de estas mudanzas, no prepararon la que se efectuó en Buenos Aires en los últimos dias de Mayo de 1810.

En las grandes ciudades que ganaba Taric bien á sangre i fuego, bien por capitulaciones honrosas i de provecho para los vencidos, dejaba en su custodia, i para su guarnicion algunos árabes; pero fiando toda la seguridad de ellas en los muchos judíos en quienes habia puesto las armas en las manos, ya para que los ayudasen en la empresa de reducir á su obediencia la península hispánica, ya para alentarlos á salir de su cautividad, i á destruir á aquellos que por tantos años habian oprimido á los descendientes de la antigua nacion judáica.

Pero al acercarse a ella y columbrar las famosas torrecillas de ladrillo, Cecilia comenzó a empalidecer, sintió el pecho oprimido y la vista turbada. Doña Paula, que advirtió su indisposición, ordenó al cochero dar la vuelta. ¡Pobre hija! la dijo besándola. ¿Ves cómo no puedes venir? Ya podré, mamá, ya podré respondió tapándose los ojos con una mano.

Antes de haber encontrado a Vérod, su corazón estaba oprimido, su vida llena de amargura, todos sus esfuerzos habían fracasado; pero, sin embargo, aun podía respetarse.