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Oponiendo su espada á la venganza Guarda el arca de la última esperanza Como el pueblo elejido de Jehová; Y en ella cual depósito sagrado Se encierra el porvenir ilimitado Que en los tiempos su luz proyectará.

Es que anoche mi tío, mi padre y yo no dormimos; estuvimos formando proyectos de familia y haciendo castillos en el aire toda la noche.... ¿Por qué callas?, ¿por qué no dices nada?... ¿No estás también alegre como yo? La Nela miró a la señorita, oponiendo débil resistencia a la dulce mano que la conducía. Sigue... ¿qué tienes? Me miras de un modo particular, Nela.

Leopoldina comenzó a alborotar, conmovida a su manera, gritando que aquellos indecentillos eran unos ángeles del cielo, unos santos chiquititos a quienes era necesario venerar, y que en cuanto llegara a la corte había de enviarles a cada uno un par de medias negras, hechas por sus propias manos, con el estambre más fino que pudiera hallarse... Riéronse todos; Currita callaba, sin embargo, sintiendo un extraño enternecimiento que la humillaba y que se apresuraba por lo mismo a combatir, oponiendo a su benéfico influjo el parapeto del orgullo, del inquebrantable orgullo, que viene a ser en el alma como la fortaleza del mal... Aquellos tres novicios, aquellos tres Pedros Fernández en embrión, humillándose por caridad a una mendiga, hiciéronle comprender que aquel otro Pedro Fernández habría podido imponérsele por deber a ella, orgullosa Grande de España, y una luz súbita, semejante a la de un relámpago que ilumina a la vez que aterra, hízole ver claramente lo que antes sospechaba: que aquella carta, que aquella ofensa no venía de un desconocido, de un pobre fraile, de un Pedro Fernández; porque aquella puerta primera que se le cerraba en la vida, no era la puerta de Loyola, era la puerta de Dios...

Las bóvedas hacen su empuje en sentido oblicuo, y se sostienen oponiendo resistencias oblicuas: este fué el luminoso principio en que fundó el arte ojival todo su sistema de equilibrio.

Y es la impresión de aquel divino contento la que, incorporándose a la esencia de la nueva fe, se siente persistir al través de la Odisea de los evangelistas; la que derrama en el espíritu de las primeras comunidades cristianas su felicidad candorosa, su ingenua alegría de vivir, y la que, al llegar a Roma con los ignorados cristianos del Transtevere, les abre fácil paso en los corazones; porque ellos triunfaron oponiendo el encanto de su juventud interior la de su alma embalsamada por la libación del vino nuevo a la severidad de los estoicos y a la decrepitud de los mundanos.

Agarrado con irresistible presión como siempre a sus ideas, su marido no quiso escucharla, oponiendo a todas sus razones una actitud altiva y desdeñosa. Comió poco y estuvo sombrío y silencioso mientras duró la cena. Cuando habían llegado a los postres sonó el timbre de la puerta. El criado fue a abrir y entró después sin decir nada. ¿Quién llamaba?

Si Filipinas tuviera una verdadera historia, se vería hasta qué punto fueron los frailes españoles en las memorables jornadas en que el invicto Simón de Anda dejó la toga por el talabardo, oponiendo la fuerza á la fuerza, la espada á la dominación, la argucia á la mayoría y el heroismo á la desigual lucha.

Ahora bien, como estos centros religiosos no solo enseñaban á aquellas gentes la doctrina de Jesucristo, sino tambien todas las ciencias y artes de utilidad, las matemáticas, la astronomía, la aritmética, la música, la retórica, las lenguas sabias, la poesía, etc.; como ellos, además de difundir la luz de la civilizacion en aquellas regiones, eran los defensores de los intereses legítimos de los reyes, de los grandes y de los pueblos en medio del caos espantoso que habia sucedido á la caida del imperio romano de Occidente; los únicos que sabian desarmar la petulancia de los magnates oponiendo la resistencia moral á la fuerza bruta, y contener la ferocidad de las hordas hambrientas con la mansedumbre y la caridad, y hacer prosperar la causa de los reyes con el ejemplo de una sociedad sabiamente ordenada y tranquila; no debe estrañarse que estos grandes servicios alcanzasen su recompensa, y que desde el siglo IX hubiese en Europa establecimientos monásticos espléndidamente enriquecidos con donaciones de tierras, libertades, exenciones, privilegios especiales, y oblaciones de todo género.

Empezó dando puntadas. Como al principio era su charla frívola y de gacetilla, todos se reían y el Pater estaba en sus glorias. Pero poco a poco iba sacando Rubín proposiciones serias. El poder temporal del Papa fue puesto por los suelos, sin que ninguno de los tonsurados hiciese una defensa formal. El Pater y Quevedo tomaban la cuestión con calma, oponiendo a los ataques de Rubín argumentos evasivos en estilo joco-serio. Pedernero lo echaba todo a chacota; pero una noche que llevó Rubín, bien fresquecito y pegado con saliva, el tema de la pluralidad de mundos habitados, Pedernero empezó a despabilarse. Era doctor en Teología, y aunque había ahorcado los libros hacía mucho tiempo, algo recordaba, y tenía además grandes dotes de polemista. Rubín salió un tanto contuso; pero en retirada se defendía bien con su flexibilidad y agudeza. Más adelante llevó un arsenal de argumentos contra la revelación. «Esto no lo creen ya más que los adoquines...». Todo el Viejo Testamento no era más que un fraude, una imitación de las teogonías india y persa. Bien se veía la reproducción de los mismos mitos y símbolos. El pecado original, la expulsión del paraíso, la encarnación, la redención, eran una serie de representaciones poéticas y naturalistas que se reproducían al través de los siglos, «lo mismo a orillas del

Este Hipócrates se dedica, además, al arte de servir á los jóvenes en sus relaciones amorosas, oponiendo perpetuo obstáculo á sus trabajos la estupidez y locuacidad de su mujer, y obligándole á forjar nuevas mentiras y ardides para llevar á cabo los enredos comenzados. El embrollo, á que dan lugar, es, sin duda, entretenido; pero esta farsa carece de mérito superior.