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Tomaron con gran veneración el santo cuerpo y le llevaron á la Concepción, pidiendo al P. Benavente, en paga de este trabajo, algunos pedazos de sus vestidos por reliquia, lo que no se les pudo negar, viendo su piedad y afecto; y parece que Dios ha querido honrar los merecimientos y celo de su siervo, con muchos milagros que omito por ahora.

Pero como sufren tantas incomodidades, y ven perecer á sus compañeros frecuentemente, aquellos, y los que están aun en esta provincia, se han intimidado hasta lo sumo, refiriéndome yo á lo que dichos papeles expresan, porque conviene puntualmente con los demas informes que omito, por no hacer mas difusa nuestra exposicion.

No me detengo en estos pormenores a designio. ¡Cuántas páginas omito! ¡Cuántas iniquidades comprobadas, y de todos sabidas, callo! Pero hago la historia del gobierno bárbaro, y necesito hacer conocer sus resortes.

Omito referir la ansiedad de los extrangeros por este puerto, que hoy no frecuentan recelosos de ser invadidos de indios, pero que tienen interes conocido de ocuparlo por sus producciones, y que al fin arrostrarán allanando los obstáculos, y doblemente se esforzarán á ello si emprenden su interior reconocimiento.

» ¡Pobrecilla, y con qué decisión me lo dice! » Como todo cuanto te he dicho y prometido. » Mira que si me arguyes de ese modo, vas a hacerme perder la cordura que necesito para que el consejo sea digno de quien me le pide. » Pues venga pronto el consejo..., porque no respondo de . »Omito, en obsequio a la brevedad, la ortografía que usábamos mi interlocutor y yo para este lenguaje hablado.

Por estas razones y otras que omito, Antero Ramírez era lo que pudiera llamarse un grande hombre regional. Sin embargo, D. Félix no le reconocía de buen grado sus cualidades sobresalientes. Entre tío y sobrino existía una disimulada antipatía, que á veces no se disimulaba.

En cuanto a Inés, no dudaba que existía en poder de alguien que la protegiera por encargo de los parientes de su madre; y aunque para esta creencia no tenía más dato que la relación del alucinado Juan de Dios, yo me confirmaba cada vez más en ella, fundándome en antecedentes que omito por ser de mis lectores conocidos, y en la sórdida avaricia del licenciado Lobo, carácter muy abonado para apoderarse de la joven y entregarla, mediante una buena recompensa, a quien deseaba poseerla.

Consta también lo que se invirtió en platos, lebrillos, tinajas, cubiertos, manteleria, palillos, que supongo serían para los dientes, camas, «pichones para los halcones» y otros particulares que omito en gracia á la brevedad: diré á usted que fueron cuatro los cocineros cuyos nombres no figuran á quienes se pagaron 6.800 mrs. asi como á Juan de Vega ministril se le dieron 50 rspor lo que se ocupó en tocar á las oras de la comida y salidas del enuajadorPara hacer al ilustre huesped más agradable su estancia, hiciéronse fiestas de torneos y representaciones teatrales, como aparece de las siguientes partidas: «A Luis de Estrada, Representante de comedias, 200 reales en que con él se consertó los gastos que hizo para las ynbenciones y adereços necesarios para las fiestas del Torneo

Omito la relación de todos los acontecimientos de este período, que no dejarían escuchar los sollozos y gritos de las mujeres amenazadas de ir al banquillo y de ser azotadas: dos o tres fusilados, cuatro o cinco azotados, una u otra señora condenada a hacer de comer a los soldados, y otras violencias sin nombre. Pero hubo un día de terror glacial que no debo pasar en silencio.

Todas estas cosas, y otras muchas que omito, habían formado en torno suyo una leyenda, mitad caballeresca, mitad rufianesca, que le hacía muy conocido y popular en la ciudad. Se me revolvían todas ellas en la cabeza al hablar con él, y le contemplaba con muchísima curiosidad y mezcla de repugnancia y admiración.