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De pronto cruzó una ráfaga de aire fresco que se aceleró por instantes, intensificándose hasta disolver los grupos de sofocadas gallinas, levantar torbellinos danzantes de polvo, sacudir los ramajes y aun torcer las copas de los mismos ombúes, gruesos y anchos, como una satisfacción sanchesca.

En los palenques no cabía ni un caballo más y bajo los ombúes estaban los carros en que habían llegado las familias invitadas que se diseminaron por los jardines y el monte, anticipando comentarios sobre el esplendor de aquella fiesta excepcional.

Lorenzo se aproximó a la ventana, por la que se veía gran parte del jardín, la casa de Baldomero a la izquierda y al fondo las caballerizas rodeadas de corpulentos y seculares ombúes.

Envanecido por los elogios al azulejo, Baldomero le hizo una «aflojadita», en momentos que llegaban a la casa, y fue a detenerse bajo los ombúes de la caballeriza, gritando: ¡Qué hacen que no llaman estos perros?... ¡fuera! ¡Nemo!... ¡fuera! ¡Bachicha!...

Bajo la sombra de los ombúes de la caballeriza, se refugiaban los perros echados de lado, con las patas estiradas como para ahorrarse el calor de sus contactos, indiferentes a la presencia de las gallinas que buscando la misma sombra, se ubicaban junto a ellos, salpicándolos con la tierra que removían con las alas en procura de capas más frescas y sólo cuando algún idilio gallináceo molestaba demasiado a un perro, éste se levantaba resignadamente, daba algunos trancos, dirigía una mirada hacia el campo como pensando: ¡qué calor tendrán las vacas!, y se echaba de nuevo rezongando entre colmillos algún lamento perruno.

Así habría sucedido sin duda, pues un sol de fuego caía a plomo sobre los campos, en los que danzaba macábricamente un temblequeante vaho de capas superpuestas entre las que todo se agitaba, desfigurándose con perfiles movibles y ridículos, pues tan pronto parecía que los álamos y los eucaliptus se encogían en contorsiones de dolor, como parecía que los ombúes se empinaban en espirales, o que las vacas multiplicaban repentinamente el número de sus patas, sus cabezas, o sus colas.