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Respecto de los dos meses que duró aquel extravío que sólo duró ese tiempo a lo más, le referiré tan sólo el incidente fácil de prever que lo terminó. Al principio creí olvidar a Magdalena, porque cada vez que su recuerdo venía a mi mente, le decía: «¡Huyecomo se oculta a los ojos respetados la vista de ciertos cuadros hirientes o vergonzosos. Ni una sola vez pronunciaba su nombre.

Pero en vez de perdonar y olvidar, conforme á la promesa, en Agosto del mismo año ordenaba la Audiencia que los detenidos fuesen desterrados á perpetuidad y trasladados unos á la metrópoli y otros á Puerto-Rico.

Pepita Jiménez, a quien muchos han visto nacer, a quien vieron todos en la miseria, viviendo con su madre, a quien han visto después casada con el decrépito y avaro D. Gumersindo, hace olvidar todo esto, y aparece como un ser peregrino, venido de alguna tierra lejana, de alguna esfera superior, pura y radiante, y obliga y mueve al acatamiento afectuoso, a algo como admiración amantísima a todos sus compatricios.

Es decir, que dejaba usted una puerta abierta a su impaciencia y a su indiferencia seca y cruel... ¿Cree usted, Luciana, que me es fácil perdonar eso? ¿Será posible? Luciana respondió en tono resuelto. ¡No!... Aunque me perdonase usted, no podría olvidar... Y yo tampoco olvidaría mi falta ni la dureza de sus reproches.

Verdad es que hay en las ciencias una parte meramente especulativa, y que difícilmente puede conducir á resultados prácticos; sin embargo es preciso no olvidar, que aun esta parte al parecer inútil, y como si dijéramos de mero lujo, se liga muchas veces con otras que tienen inmediata relacion con las artes.

¡Vaya! pensé, la quiere siempre, pero ha tomado su partido, y se ha resignado valerosamente. Habrá tenido fuerzas para combatir y vencer. La Vizcondesa me ofreció leerme su última novela. Acepté, y entré con ella en su gabinete de trabajo, pensando que en aquel momento su amor propio de autor la hacía olvidar su vigilancia de madre, e iba a dejar a Enrique algunos momentos de libertad.

¿Y que me importaría eso, si la ama? No se puede querer dos veces. Sin embargo, sucede. ¡Oh, no lo creo; sería espantoso! Mi pobre cura, soy muy desgraciada. ¿Se lo has dicho a tu tío? No; pero ha adivinado lo que pasaba por . Y de todos modos ¿para qué? No puede obligar a Pablo a quererme y olvidar a su hija. Yo no quisiera que supiese que le amo; preferiría morir.

No debí darle a entender que la amaba; pero yo la amaba y la amo aún con todo mi corazón, y no le he dado bebedizo, ni filtro, sino el mismo amor que la tengo. Es menester, sin embargo, desechar, olvidar este amor. Dios me lo manda. ¿Te imaginas que no es, que no está siendo, que no será inmenso el sacrificio que hago? Pepita debe revestirse de fortaleza y hacer el mismo sacrificio.

Porque haces olvidar, con tus engaños, que el amor sólo brinda desengaños, y fingiendo el amor, el amor creas; por hacemos creer, con tus pudores, en la sinceridad de tus amores, ¡por hacernos creer, bendita seas! Cuando estoy solo, sueño en la blancura de tu piel y en el negro de tu pelo, y enardecido de pasión, me encelo por la sensualidad de tu cintura. Entre las sombras del pesar me pierdo.

Dábale pena y terror, y no podía olvidar las últimas palabras que le dijo su infeliz amiga: «Lo primerito que le he de pedir al Señor es que te mueras también, y estaremos juntas en el Cielo». Aunque se tenía por desgraciada, la de Rubín se agarraba con el pensamiento a la vida. Lo que dijo Mauricia era un disparate. Cada uno se muere cuando le toca, y nada más.