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No había que olvidar que don Fermín no la quería ni la podía querer para , sino para don Víctor». Cuando Ana se perdía en estas y otras reflexiones parecidas, se oyó la voz de Obdulia que daba grandes chillidos pidiendo socorro. Los que tomaban pacíficamente café bajo la glorieta, acudieron al extremo de la huerta. ¿Dónde están? ¿dónde están? preguntaba asustada la Marquesa.

Y el señor Cuadros salió de la casa satisfecho de mismo, bufando de satisfacción, contoneándose como un joven y mirando con cierta lástima a su hijo, que caminaba al lado de él tímido y encogido. Un risueño optimismo le hacía olvidar que era su padre. ¡Ah! ¡Si en vez de los cincuenta y pico tuviera él los años de aquel pazguato, cuánta guerra había de dar en el mundo!

Por eso, sin darse ella por vencida ni cejar un punto en su tenaz empeño, y fortaleciendo siempre con el despecho y la rabia y hasta el dolor mismo su terquedad de mujer voluntariosa, siempre mimada, optó desde luego por el camino de los hábiles políticos y los diestros estratégicos y los conocedores prácticos del mundo y del corazón humano: una prudente retirada que sosegara los ánimos y diese tiempo a que las memorias olvidaran, cesasen las prevenciones, se cansaran las lenguas, y los escándalos nuevos hicieran olvidar y aun perdonar los escándalos pasados.

La presencia de su amante, sus cortas pero sabrosísimas caricias bastaban para enajenarla y hacerle olvidar aquellas y otras penas. Además, estaba orgullosa y solía jactarse con las comadres que iban por el día á hacerle tertulia del respeto que Velázquez la profesaba. Era muy conocida en el círculo de sus amigos la violencia de éste y las formas brutales que solía emplear con las mujeres.

Yo no puedo vivir lejos de ti; y si desde mucho antes no caí en el lazo, lo debo a tu buena amistad. ¿Nos separaremos ahora? Entonces voy a ser muy desgraciada, querida mía. Vuelve a casa, por Dios, y yo te juro que lucharé con todas las fuerzas de mi alma para olvidar a lord Gray, como deseas.

No es de olvidar que los restos mortales del insigne marinero fueron embarcados é hicieron todavía dos viajes atravesando el Atlántico y el mar de las Antillas.

Seguirémos, pues, adelante hasta que destruyas nuestro cuerpo, así como hemos seguido hasta ahora, cubiertos con el escudo de Jesucristo, revestidos con la cota de malla de su piedad y guiados por su espíritu, manteniéndonos inflexibles á toda sugestion que se dirija á hacernos olvidar nuestra dignidad.

No he querido serlo... o mejor dicho, han tenido siempre los gobiernos buen cuidado de hacerme en las urnas cuanta guerra han podido. ¿No ve usted que a los gobiernos como los de España no les conviene en el Parlamento hombres como yo?... Ahora me ofrecieron un distrito; pero era con el fin de hacerme olvidar, ¡mentecatos!, el desaire de la embajada, y especialmente para atar mis manos en la prensa: pues ya saben ellos que tienen cada día la existencia pendiente de mi pluma.

En ese caso, el inexorable juez que todo hombre lleva en mismo, se deja comprar y corromper. Miles de hombres que han cometido por lo menos una vez esa bajeza, no por ello dejan de seguir viviendo contentos, engordan con perfecta tranquilidad de espíritu, felices del cumplimiento de su deseo, que se apresuran a olvidar tan pronto como se ha realizado.

En el siglo XVI aparecieron muchos bailes nuevos, que á causa de sus movimientos lascivos y posturas indecentes movieron mucho escándalo, aunque fueron muy aplaudidos por la multitud, y hasta casi hicieron olvidar los antiguos, más decorosos.