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Parece una diosa por el ritmo y la nobleza de su andar entonado y por el olor de ambrosia con que satura en torno el ambiente. ¿Le digo que aguarde? EUMORFO. ¡Venerando maestro! La galantería exige que recibas luego a esa dama. Yo aguardaré en otro cuarto. PROCLO. Bien está. PROCLO. ¡Deslumbrante aparición! ¿Quién eres? ¿Eres mortal o diosa? PROCLO. ¡Asclepigenia de mi corazón! ¡Cuán bella estás!

Decididamente, gustaba á todos este nuevo individuo de la familia, que hociqueaba el pesebre con extrañeza, como si encontrase en él algún lejano olor del compañero muerto.

Este motivo me hizo sacudir la pereza e ir despacio, una mañana de noviembre, a la playa de las Ánimas. Fuí por el monte Izarra; quería recorrer aquel camino del acantilado que tantas veces pasé de niño, echar una ojeada a la cueva de la Egansuguía y recordar el olor de las aliagas y de los helechos, ya olvidado por desde la infancia.

Además, como sus pulmones estaban educados en la gimnasia del aire libre, se deja entender la opresión que experimentarían en los primeros tiempos de cautiverio en los talleres, donde la atmósfera estaba saturada del olor ingrato y herbáceo del Virginia humedecido y de la hoja medio verde, mezclado con las emanaciones de tanto cuerpo humano y con el fétido vaho de las letrinas próximas.

Detonaciones de botellas de champagne, chocar de copas, risas, humo de cigarro y cierto olor particular á casa de chino, mezcla de pebete, opio y frutas conservadas, completaban el conjunto.

Por , todo: por la gloria de tu esencia, por tus hojas que alcatifan nuestra ruta, por tu sombra, donde es buena la existencia y pensamos que no es todo fuerza bruta. Danos siempre con tu olor de primavera un anhelo de ser libres como el viento, que sacude tu fragante cabellera y emborracha nuestra vida con su aliento.

Aquí, las muchachas de velo blanco y de picante sesgo y talla, brindaban con ramilletes de celindas, de mosquetas de olor y de diamelas rojas; otras, allí, casando el blanco azahar con los capullos de los rosales de Alejandría y los chiringos de cándidos racimos con las azucenas y bermejos lirios, ofrecían símbolos y emblemas elocuentes de amor para las hermosas y enamorados.

El sabio naturalista quedó estupefacto. Pero, hija, ¿por qué no me lo has pedido? Dinero no puedo daros, porque ya sabes... , papá... no me digas nada. El ingenioso Sánchez aprovechó la ocasión para instruir a su hija. El tabaco era una planta solanácea de olor fuerte y característico, cáliz tubulado, raíz fibrosa, tallo velloso de médula blanca, hojas alternas laureadas y glutinosas, etc.

Era un espectáculo extraño. A la luz de un farolillo colocado junto al pesebre, los trajes azul y rosa de las niñas, sus sombreritos de flores, las joyas relumbrantes de la mamá, causaban el efecto de una aparición sobrenatural, que contrastaba con las paredes sucias, el techo empavesado de polvorientas telarañas, los montones de estiércol y el olor punzante y molesto de cuadra sucia.

Pero las ojivas que lo cerraban, los andenes pavimentados con grandes losas berroqueñas, en cuyos intersticios crecía la hierba en festones, la cruz del cenador central, el olor mohoso del hierro viejo de las verjas y la humedad de la piedra de los contrafuertes cubiertos por la verde capa de las lluvias, daban al jardín un ambiente de vetustez cristiana.